hay un susurro de dolor tras el veredicto de lo irreal cuando los bosques callan para contarnos secretos
TEMBLANDO ANTE LA CRUZ
No fue agradable morir en la cruz,
¿verdad muchacho?
Sufriste como todo hombre,
e incluso clamaste por tu vida.
Cada clavo te quemó hasta las entrañas,
cada burla te perforó el corazón,
y cada gota de saliva romana
que se deslizaba por tus mejillas
se convirtió en lágrimas de impotencia.
Tenías miedo, yo lo sé;
aunque tu padre fuera Dios
y muy a pesar tuyo,
el temor calcinó tu alma y corazón.
Mas no temías por tu alma,
por tu cuerpo y su castigo;
fue la bola de cristal,
limpia y cristalina,
la que colmó de dudas
tu confiado corazón.
Aquella noche de vigilia,
al terminar tu última cena,
una bruja, vieja y maloliente,
te mostró el destino de este mundo.
Viste sangre tiñendo el suelo,
cielos grises de sucia faz
y bosques ardiendo en llamas;
guerreros batallando al rugir del acero,
con una cruz por estandarte,
gritando “Muerte a los infieles,
por Cristo nuestro Dios”;
viste bombas explotando,
niños muertos de hambre,
y un extraño hombre de negro,
que, invocando tu nombre,
lanzaba gente en una hoguera.
Y ante tanta podredumbre,
tu fe se vino abajo,
¿quién podría soportarlo?
Morirías en pocas horas,
por esta estúpida humanidad,
por esta raza suicida y bestial,
que jamás apreciaría tu sacrificio.
Mas un extraño sentido de lealtad,
te obligó a avanzar al precipicio.
Indeciso y aterrorizado,
no evitaste clamar al cielo:
“Padre mío, por qué me has abandonado”
Y en esta frase dejaste el alma;
no clamabas sólo por ti,
sino por esta humanidad,
que sabías claramente,
que no se iba a salvar.
AMORES PARALELOS
Sé que vendrás a mí, con sigilo y paso lento. Acercarás tu boca a la mía y, silenciosamente, como un secreto, nuestros alientos chocarán en un torbellino de pasión incontenible. Poco a poco nuestros labios se unirán irreverentes, olvidando que nuestras manos no lucen bellos anillos; porque nuestro amor irá más allá que un contrato firmado y el “sí acepto” habitará intrínsecamente en nuestros corazones. Entonces, tu saliva irrigará mi lengua; tu lengua jugará explorando entre mis dientes y tus dientes morderán mis labios con ternura; un hilillo de sangre brotará de mis labios heridos y, amorosamente y sin inhibiciones, te deleitarás en su sabor metálico. Mis manos recorrerán tu espalda, adivinando un sueño mágico en cada vértebra. Te llamaré mi diosa y juraré que ni el mismo Dios me hará dejar de amarte, mientras con tus besos mitigarás las brasas de mi blasfemia. Nuestras ropas cederán, dejando al descubierto nuestra piel ansiosa y sedienta de nuevos mundos. Abriré tus brazos como una cruz y te coronaré de besos tan penetrantes como espinas, en un hermoso sacrilegio que nos conducirá al infierno. Deslizaré mi lengua en un viaje de reconocimiento por tu piel, sin dejar un sólo rincón sin identificar. Tu sonrisa me invitará a sumergirme en oscuros abismos y, sin miedo y animado por el fulgor de tus pupilas, navegaré por el bendito arroyo de nuestra cueva predilecta. Sólo entonces nuestra fusión será completa; seremos uno en cuerpo y alma, uno y dos que son el mismo, uno y muchos que son ninguno, tú y yo que somos uno.
Tú no lo sabes aún, ni siquiera sabes que existo y que te amo, que existo para amarte y vivo por tu amor. Aún no tienes conocimiento de las maravillas que nos depara el futuro. Pero yo sé que así será. Sé que vendrás a mí, silenciosamente, como un secreto…
FRÍO, PERO…
Ayer, por vez primera,
besé tus dulces labios,
y no volteaste el rostro
ni hiciste muecas de aversión;
aspiré tu aroma, lentamente,
acariciando tu cabello,
y no dijiste: “¡Quieto,
hazte a un lado y vete lejos!”
Ayer, por fin yo pude
contemplarme en tus pupilas,
que, aunque dilatadas,
no esquivaron mi mirada;
me acosté junto a tu cuerpo,
que gélido e inerte,
no me hizo a un lado,
lanzándome al vacío.
Ayer fue tu cadáver,
triste e inadvertido,
el que abrazó mi cuerpo,
en este paraíso.
HIERBA Y CHOCOLATE DE “DE PLAGIOS VULGARES Y OTRAS BLASFEMIAS” (CUENTO)
Pedro tenía una hermosa familia. Su relación con su esposa era envidiable y tenían dos hijos hermosos: Diana, de doce años de edad, y Guillermo, de diez. En su hogar todo era alegría, hasta el día fatal en que Pedro fue despedido de su trabajo, aduciendo un recorte de personal.
Pedro pasó días, que luego se convirtieron en semanas, buscando otro trabajo, pero nadie lo aceptó, y el dinero de su indemnización se esfumó con rapidez. Su esposa le exigía el dinero del gasto y sus hijos no dejaban de quejarse de que se morían de hambre. No soportó la presión mucho tiempo y se vio orillado a tomar una decisión drástica.
Una cálida tarde de sábado, dijo a sus hijos que los llevaría a dar un paseo por el bosque. Dianita, que empezaba a sentirse grande, masculló entre dientes una mala palabra, y sólo aceptó el paseo por los brincos de felicidad del pequeño Guille.
Una vez que se hubieron internado en el bosque, Pedro les propuso jugar a las “escondidas”. Esta vez, Diana no pudo evitar que se le escapara un «¡Puta, papa, ya estoy grande para esto!», aunque terminó aceptando la propuesta a regañadientes. Guille, en cambio, estaba encantado con la idea. El padre pidió contar primero, y así lo hizo, mientras sus hijos se escondían lejos de él.
Pasaron cerca de quince minutos, tras los cuales, al ver que su padre no aparecía, Diana decidió que sería conveniente dejar el juego y buscarlo. Juntos lo llamaron a gritos y lo fueron buscando entre el follaje de aquel frondoso bosque. Conforme pasaban las horas, los pobres hermanitos cayeron en la cuenta de que habían sido abandonados. Mientras el sol se escondía en el horizonte, Diana corría desorientada entre los árboles, llevando a su hermano de la mano. El tiempo corría despiadadamente y, cuando la luna era lo único que iluminaba el cielo, Guille no soportó más el miedo y se desató en un mar de lágrimas.
Entonces, como si se tratara de un milagro, Diana divisó una luz a lo lejos en un claro del bosque. Avanzaron corriendo hacia ésta y se percataron de que provenía de una hermosa casita estilo canadiense. Diana tocó la puerta y, al no obtener respuesta, ambos llamaron a gritos. Por toda respuesta, sólo obtuvieron silencio…
De repente, Diana se percató de que su mano había quedado embarrada de algo café al tocar la puerta. Lo llevó a su nariz y luego lo saboreó, descubriendo, felizmente, que se trataba de chocolate. Ambos hermanos empezaron a comerse las paredes de la casa, hechas de chocolate con incrustaciones de fresa y caramelo. Pero justo cuando pensaron que su suerte había cambiado, escucharon una horrenda exclamación que les heló la sangre:
—¡Patojos cerotes!
Era Lita, una hermosa joven, dueña de la casa. Tomó a los niños de las orejas y los hizo entrar en la sala. Una vez dentro, les indicó que, como castigo por su fechoría, trabajarían para ella por tiempo indefinido, sin sueldo base ni prestaciones de ley. Fueron engrilletados e instruidos en sus nuevos oficios. Diana cuidaba un huerto de marihuana. Lo irrigaba y fumigaba para mantenerlo siempre hermoso y libre de plagas, para que las plantas crecieran grandes y sanas. Guillermo, por su parte, se encargaba de mezclar “coca” con bicarbonato, en proporciones adecuadas a la calidad del producto que fuera requerido. Pasaron cerca de dos años en esta situación y se volvieron expertos en las artes agrícolas y farmacológicas.
Una noche, cuando Diana y Guillermo regresaban de sus labores diarias, encontraron a Lita en un estado deplorable. Se había fumado más de doce piedras de crack, sin una sola pausa. Entonces, los hermanos decidieron aprovechar el momento para encontrar la libertad. Cargaron a Lita y la tiraron dentro de un gran cilindro metálico donde se fermentaban licores clandestinos. Se aseguraron de que se hubiera ahogado y, acto seguido, brindaron con una botella de tequila. Tomaron varios kilos de coca y un tanto más de marihuana. Los cargaron sobre el 4X4 de Lita, y Diana, que ya alcanzaba los pedales, tomó el asiento del piloto y arrancó el auto. Así salieron del bosque hacia la ciudad.
Por supuesto: vivieron felices para siempre.
1986, Guatemala Ciudad, narrativa, poesía, prosa
25 de agosto de 2009
El maestro del metal se hace presente señoras y señores…
27 de agosto de 2009
La narrativa tiene algo que logra engancharlo a uno desde la primera oración, y poco a poco se desborda el todo en un final inesperado.
Bastante bueno.
30 de agosto de 2009
Muchas gracias por los comentarios.
Saludos
Luis Calderón
31 de agosto de 2009
¡Con gusto!
01 de septiembre de 2009
¡Me encantó!