del telón que se abre salta esa infame certeza de encontrarse a solas con el presente y de hincarle los colmillos al primer transeúnte
IN NIETZSCHE WE TRUST
Salir de una institución mental más que una acción es una sensación, se percibe como si una vez en la calle, se llevase dentro de sí el manicomio, te sientes ajeno al mundo exterior, un intruso que está de más, temes que cualquier acción sea el detonante de una nueva crisis, no haces nada sin sentirte culpable de algo que está prohibido por unas reglas secretas que desconoces. Imaginas que todos te verán infringiendo una línea invisible, pues llevas en la frente de tu yo interno el sello de haber sido un desadaptado del esquema lógico colectivo, y eso te come silenciosamente el interior, pero eres incapaz de decir nada, ya que simplemente no existe a quien decírselo; estar ahí, por fin fuera, ver hacia todos lados y no conocer a nadie, no tener un sitio a donde ir, entonces extrañamente te asalta un absurdo deseo por volver a entrar, pues adentro al menos tienes amigos, un sitio donde dormir y la comida asegurada.
Como una sucesión de ondas se fue expandiendo el rumor de lo sucedido, la librería más grande había amanecido clausurada mediante un sticker enorme con el logo de Parental advisory explicit ideas, al cual ya Dee Snider se había opuesto ante el senado estadounidense el 19 de septiembre de 1985, y al que nos habíamos acostumbrado a ver en portadas de discos, pero nunca a la entrada de un lugar; conforme pasaron las horas se supo que diarios, librerías, kioscos de revistas e imprentas habían corrido la misma suerte, y que además durante la noche todos los libros, con excepción de los de autoayuda, motivacionales o de corte light, habían sido cuidadosamente envueltos con papel periódico, estrictamente de la sección de clasificados, a fin de no dejar idea suelta.
El hermetismo era total, con excepción de algunas noticias, más bien escuetas, en radio periódicos que transmitían en A.M. respecto a algunos conatos de trifulca en los puestos de revistas y libros usados de los mercados; para ese momento ya se conocían más detalles, quedaba rotundamente prohibido escribir, imprimir o distribuir textos, hacerlo no podía ser considerado como delito, pero sí como un serio indicio de atrofia en las funciones cognitivas, atentatorio contra las normas de coherencia colectiva, por ende todo el que fuera sorprendido en tales menesteres, se le marcaría con hierro candente el sello de censura y sería confinado a instituciones en las que se le aplicaría una reingeniería cerebral, que hiciera posible su reinserción al sistema de uniformación estética y mental de las masas.
Nunca nadie había leído en aquella ciudad, pero ahora esos artefactos, hechos de cartón, papel, tinta y de vez en cuando incluso de ideas, pasaban a ser enseres bastante codiciados, que eran sustraídos de debajo de los muebles cojos, para ser vendidos o alquilados; algunos cafés literarios, poco conocidos y poco frecuentados, se arriesgaban a atender a puerta cerrada, en uno, llamado La Piraña Sholca, un grupo de caricaturistas, graffiteros y guionistas proscritos nos reuníamos e ideamos una caricatura de Nietzsche con el traje de Superman, la mano izquierda haciendo la señal de los cuernos y el slogan: in Nietzsche we trust; sistemáticamente la fuimos dibujando en los sitios menos inusitados, lo que fue tomado como un acto de terrorismo ideológico, haciendo cada vez más arriesgadas nuestras intervenciones del espacio público; primero cayeron los que nada tenían que ver, luego los que, aunque nada sabían, confesaron y entregaron a otros, que tampoco estaban implicados; finalmente, y como era natural, fuimos cayendo uno a uno los culpables.
Aquella tarde por fin veía las pestilentes calles de la libertad, o al menos lo que llamaban como tal, me hallaba con la ropa sucia, hambriento, más pobre que un perro sarnoso y sin saber cómo, o más bien por qué, alejarme, sabía que ellos no querían que pensara y nunca más pensé.
AVTOMAT KALASHNIKOV MOD. 47
Y el ensordecedor zumbido continuaba en mis oídos, siempre es así, pensé, pero algo era distinto esta vez, incontables personas pasaban a mi lado, nunca había visto tanta gente en una calle, todos hablando con ellos mismos, como los locos, realmente ensordecedor; en la cornisa del frente vi sentados a unos hombres que conversaban, uno de ellos se me quedó viendo con un odio feroz, era F. Pérez, con disimulo miré hacia otro punto, aunque en realidad su mirada me había horrorizado, intentaba olvidar el asunto cuando a mi lado pasó P. López, su mirada se cruzó con la mía, y una vez más experimenté aquel malestar, nunca había sentido miedo, pero esto era distinto, no sabía qué pensar, sensación que aumentó al aparecer entre la multitud un grupo de agentes de la D.E.A. (Fuerza Administrativa Antidrogas por sus siglas en inglés), acompañados por paramédicos que traían una camilla y equipo, parecían caminar a través de los transeúntes; debí haber huido del lugar, oponer resistencia al menos, pero no hice nada.
Al inicio eran tiempos difíciles, ser sicario, aparte de arriesgado, era estar a la espera de trabajos escasos y mal remunerados, era tal la miseria que, luego de eliminar a alguien, debíamos robarle lo que tuviera de valor para recuperar lo gastado en la bala que minutos atrás había acabado con su vida; pero, a pesar de todo, era la única puerta que esta sociedad dejaba abierta para quienes desde antes de nacer ya se nos habían cerrado las otras; conforme el narcotráfico fue creciendo y tomaron forma diversas organizaciones que lo administraban, esto había dejado de ser un oficio para convertirse en una profesión, a la cual se entraba por ambición y se terminaba con un precio ante la ley.
Fue así como entré al servicio de don J. Reyes, quien con el tiempo me fue tomando confianza; don F. Álvarez, su competidor más directo, había empezado a invadir nuestro territorio, lo que al jefe no le pareció, por lo que era necesario dar un golpe que desarticulara al grupo entero; el día elegido para tal fin, salimos en 8 Tahoe Hybrid, con 5 hombres cada una, todos con nuestros respectivos cuernos de chivo; al llegar a cierto punto, nos separamos en dos grupos y nos dirigimos al sitio en el que, según el soplo, pasaría F. Álvarez y los suyos; debíamos ser muy precisos, ya que desde una azotea alguien filmaría el ataque, pues el patrón quería subir el video al YouTube y ponerle Jefe De Jefes de Los Tigres Del Norte como fondo, tal y como lo habían hecho con A Mis Enemigos de Valentín Elizalde un año atrás, para luego hacer circular el link al e-mail de todos los capos del área y que supieran de manera clara quién era el que mandaba.
Divisamos una Hummer H2, resguardada por 4 Pick up Avalanche, cada uno con 5 hombres dentro y 4 atrás, estos últimos anclados mediante un sistema de cinchos a fin de no perder movilidad a la hora de maniobrar sus armas, nos colocamos por detrás de la caravana, para despertar sospechas de ser del antinarcóticos, clavaron su mirada en nuestras camionetas, al tiempo que nuestros compañeros les bloqueaban el camino, no lograron reaccionar a la inmisericorde sucesión de ráfagas que les llegó en cuestión de segundos, nos bajamos, arremetiendo por detrás, dejándolos bajo fuego cruzado, respondieron al ataque sin miramientos, sabían que les había llegado su hora, pero no querían irse solos.
Sentía que desde la última bala había transcurrido un siglo, la multitud de gente continuaba pasando, ahora se asomaban periodistas, nos enfocaban y fotografiaban, no comprendía nada, no reconocía a nadie, hasta que de pronto vi acercarse a uno de los hombres de F. Álvarez, —y ahora qué… —me dijo, en tono burlón—, te vas a quedar ahí o te vas con los demás a vagar por el mundo… no te has dado cuenta que nos hicimos pedazos… no hay sobrevivientes… toda esa gente que camina por ahí son muertos que deambulan por la tierra… como de ahora en adelante lo haremos nosotros —creí sentir que alguien me había retorcido el cerebro, entonces caí en la cuenta que F. Pérez y P. López estaban desde hacía tiempo muertos, tan seguro como que si el que les había rellenado de plomo la conciencia había sido yo; vi hacia abajo, era cierto, ahí estaba, o lo que después de como 60 balas quedaba de mí, decir que tenía al menos una uña completa hubiera sido pecar de optimista, quise llorar, pero los muertos, como los machos, nunca lloran.
MEDELLÍN 2043
La noche se extendía densa y serena más allá del abandonado silencio de la calle; un hombre decrépito, con el pelo alborotado, vestido tan sólo con un raído abrigo y calzado con unos pedazos de piel, apenas sostenidos por las costuras, que si bien alguna vez habían sido botas, hoy dejaban escapar impunemente sus sucios dedos; trémulo y sigiloso se arrastró hasta la estatua de Pablo Escobar Gaviria, que, fría e inerte, pernocta al centro de la plaza del mismo nombre; casi sin aliento logró sacar una, bastante desactualizada y averiada, nano netbook, dictando con voz entrecortada la carta siguiente:
Querido Pablo,
Cuánto ha cambiado todo en nuestras tierras desde que tú no estás, hace 50 años que te fuiste y si volvieras no reconocerías a esta que fue tu ciudad, con el tiempo todo cambia, lo sé, pero acá pareciera que aún al tiempo lo han logrado cambiar; como recordarás, en tu época quienes exportaban la droga eran perseguidos y encarcelados, pero llegó el día en que el consumo de la misma fue legal, con lo que ingenuamente se pensó que nuestros países dejarían de ser paupérrimas repúblicas bananeras para pasar a ser ostentosas naciones cocaineras; nada más lejos de la realidad.
El país que tanto te persiguió, pero que a su vez era el principal consumidor, fue quien presionó para legalizarla; una vez logrado dicho objetivo, pusieron en práctica un proceso largamente planificado, primero activaron una impresionante red de plantas industriales productoras de un estupefaciente digital, luego lanzaron un ambicioso proceso de marketing encaminado a hacer un profundo posicionamiento de mercado para el mismo; los efectos más notorios llegaron cuando implementaron la tercera fase, introduciendo en los más populares talk shows y hidden camera un componente altamente adictivo, haciéndonos paulatinamente dependientes a todos, a tal forma que si en una semana no consumes mueres.
El cuarto paso del proceso fue declarar ilegal toda droga que no estuviera patentada por la marca Drugbuster, o sea la de ellos, iniciando una persecución aún más implacable que la de antes, en defensa del respeto a las leyes y la moral; el licor corrió la misma suerte y todos aquellos que se detectaron como consumidores del mismo fueron arrastrados a juicios sumarios, en los que indefectiblemente salieron culpables de padecer polidipsia alcohólica crónica o, en el mejor de los casos, sustituir el licor por alcohol hospitalario; cuadrillas de personas fueron expulsadas de las áreas urbanas y condenadas a malvivir errabundas en los basureros de los alrededores, alimentados tan sólo por los desechos que les tira una sociedad drogada y bien pensante.
Cuánto puede deber un continente a la historia, o a los administradores de la misma, para que se condene a sus habitantes a vivir perpetuamente manipulados, peleando diariamente por la causa ajena y defendiéndola como propia; para que vivan, como en la actualidad, rodeados de su publicidad desde las más grandes cadenas de hipermercados hasta las más humildes tiendas de barrio; para que, si intentan rebelarse, su única opción sea existir en un eterno estado de confusión, en el que consumen un producto que mientras finge brindarles la anhelada libertad, sólo los hace ser cada día más esclavos de ese mismo opresor que es quien lo fabrica; quizá tú sepas las respuestas y si es que existe esa otra gran panacea con la que han narcotizado a los pueblos y que llaman el más allá, sin duda que en pocos minutos lo podremos discutir, pues acá tenemos la tecnología en la mano, pero quien no tiene para la droga se mue ###@###@###@###
45 MINUTOS***
Nunca me ha gustado el futbol, esa estéril alienación que padecen los engendros de esta patética rutina llamada sociedad; en cierta ocasión le pregunté a un amigo por qué ese deporte era tan popular —simple —respondió —no necesitas pensar para comprenderlo—, pero aquel día era distinto, de todas formas no jugué, pues no tengo la más mínima noción de las reglas de dicho deporte, me quedé entre el público, oprimiendo mi cuchillo con todas las fuerzas de mi rabia, atento por si éramos copados por el enemigo, los de la prensa nos observaban desde la distancia, incapaces de entrar, el humo lentamente nublaba la lejanía y el partido apenas comenzaba, los del sector 13 contra los del sector 18, los goles se fueron sucediendo uno tras otro.
Y estaba yo ahí, rodeado de todas aquellas gentes millonarias, todos hablándome y preguntándome acerca de tantos autores, acerca de tantos libros, acerca del mundo que más me atrae; repartieron los vinos y una vez en la calle, ellos siguieron en su mundo y yo a contar las escuálidas monedas de mi bolsillo para ajustar lo del pasaje, la gente quiere saber de qué hablan los escritores no de qué viven; ya en el metro, rodeado de individuos que nada sabían de literatura y menos querían averiguar, que venían pensando en cuánto tenían diariamente que suplicar una moneda, otros, los más, cuánto habían tenido que correr luego de haber asaltado a algún transeúnte.
En una derruida y penumbrosa estación había un retén de policía —levántese la t-shirt —me dijeron nada más bajar y mientras me apilaba junto a los otros, para que nos revisaran hasta las uñas, a fin de que en ellas no escondiéramos alguna sustancia ilícita o algún texto subversivo; maldije la hora en que, en un arranque de anarquismo kitsch, me había tatuado una de las ya celebres ratas de Banksy en la espalda.
Desde hacía un tiempo las pandillas se habían multiplicado por la ciudad, eran incontrolables para las autoridades, por lo que hacían estos seudo-operativos, en los que arrestaban a quien podían, preferiblemente si tenía tatuajes; en los periódicos salían titulares anunciando el avance en contra de la plaga de la delincuencia juvenil, enumerando la enorme cantidad de arrestos efectuados; mientras, los pandilleros libremente utilizaban las páginas de esos mismos diarios para envolver los cadáveres que iban abandonando en barrancos y carreteras.
Esa misma noche conocí al maldito chupacabras johnson, al entrar en la celda, más bien cuando me tiraron dentro, llegó unos minutos más tarde, pues por una extraña razón, que tiempo después comprendí, tenía acceso a todas las celdas, los agentes le obedecían aun más que al director del presidio, me quitó todo cuanto de valor cargaba, incluyendo los zapatos, al protestar, sus secuaces me dieron una golpiza con la que mi rostro quedó irreconocible y mi cuerpo triturado, eso lo hacían constantemente con todos los reos que no pertenecían a su grupo; quienes se les oponían o amenazaban su poder, amanecían ahorcados con alambre de púas, sin que nadie dijera nada, el chupacabras johnson estaba por asesinato, secuestro y asalto de bancos, no resta decir que cumplía cadena perpetua; el tiempo corría mientras investigaban hasta el último resquicio de mi vida y dado que el oficio de escritor por estos lares no es considerado oficio, sino más bien una transgresión, la situación se volvía compleja, con lo que se alargó el proceso, hasta esa tarde, en que estaba disfrutando del partido, que por cierto no dejaba de tener algún sabor a venganza.
Mientras nosotros apenas llegábamos a los 3 goles, el needle, que era el mejor de los contrarios, ya llevaba 4, el blue, otro que era bueno, también había metido 2 a su favor, la misma cantidad había anotado el killer, a estas alturas el encuentro se tornaba más que reñido, pues con esa diferencia de goles era casi imposible que los pudiéramos alcanzar, el spoon se tomó la delantera por la izquierda, atacó de contragolpe a uno de los nuestros, corrió con furia hacia la portería y ¡¡¡goooooooool!!! ¡gol! ¡gol! ¡gol! ¡¡¡goooooooool!!!, 5 mil hombres, cubiertos sus tatuados rostros con pasamontañas o trapos viejos, gritando al unísono, elevando sus ensangrentados cuchillos, oxidados tubos y más de una M-16, incautada a los guardias; la cabeza del chupacabras johnson fue atravesando como en cámara lenta el arco de nuestro sector por 9na vez, ese fue el último gol de la tarde.
*** Inspirado en hechos reales acaecidos el 23 de Diciembre de 2002 en el sector Alaska (La Hielera) del Centro Penal Pavoncito.
06 de octubre de 20111976, Antigua Guatemala, narrativa
08 de mayo de 2014
Excelente narrativa, cada una es una mezcla de realidad, ficciom e ironía. Lectura que nos hece reflexionar en el modo de operar del contradictorio ser humano.
Felicidades Angel y sigue adelante nutriendo nuestros sentidos con tan enriquecedora lectura.