entonces nos precipitamos hacia el fondo de la tierra como granos de maíz bautizados por el fuego insomne que se ciñe al rostro azul de las palabras
foto © Camila Juárez
[JULIO CÚMEZ]
* * * * * *
No sé si el fuego sea mi voz tras la muerte.
No lo sé, pero quisiera.
Para poder incendiar mis miedos
y decirme hacia qué camino debo de ir.
Pero aun así, temo que no me entienda
porque un fuego habla en fuego
porque arde en cada lengua que lo pronuncia
porque se consume a sí mismo.
Porque está limitado a lo eterno
y lo eterno
es lo que ya olvidamos.
* * * * * *
He muerto
también tú sabes que he muerto
y sin embargo te resistes a cerrar los féretros de mi olvido.
Ya la muerte se ha ido llevando mi voz en el viento.
Ya puedo ver a las milpas de mi alma moverse en mis ojos
en calma, despacio, como el sonido de la puerta al abrirse
anunciando esa corriente fría que se aproxima.
Esa llegada de un nuevo ser que se asoma entre las sombras.
En esta oscuridad donde recorro los campos de los nombres jamás dichos
En donde me deshago entre la espesura de la noche y caigo entre los edificios
hasta aquí, donde no existen fantasmas, sólo sombras que esperan a sus cuerpos.
He muerto
y tú no has querido apagar las luces de mi alma
ni has cerrado los féretros de mi olvido
cuando al voltear al espejo me descubriste
y no te sentiste reflejado
y te quedaste inmóvil, en silencio
hasta escuchar de pronto el llamado a casa.
* * * * * *
Mañana sabremos
de las brasas que aún arden en nuestros labios
de las hormigas que aún recorren nuestras caras
(mientras nos muelen los huesos).
Sabremos del silencio
y del significado que tiene para los árboles.
Mañana lo sabremos.
Lo veremos todo con otros ojos
ya no seremos los mismos.
Y caminaremos juntos
en la orilla de este ciclo
en el que ardemos como palabras.
* * * * * *
Escríbeme, dijiste.
Pero al hacerlo me desvanecí
y ya no hubo nadie que de ti hablara.
* * * * * *
Como si se tratara de una ofrenda
de la vida a la muerte
alguien en mí
me lleva
hacia quien fui
y me tira sobre este fuego que soy.
* * * * * *
Pondré mi cabeza en una estaca y la llevaré a dar una vuelta por los caminos
me cubriré la carne con chayes para evitar que las palabras me salten
me llenaré el cuerpo con sueños
y viviré de los días que encuentre ante mis pasos
y no habrá deseo que me crezca sin deseo
ni pies de olvido que me conduzcan a nada.
Me adentraré en el rostro del viaje hasta no ser más que una hoja de este árbol
pegado en el rostro sin rostro de las calles.
* * * * * *
El camino
de la boca a la lengua
el camino
de la lengua a las venas
el camino
de las venas a la sangre
el camino
de la sangre a la fuerza
el camino
de la fuerza a la vida
el camino
de la vida a la muerte
el camino
de la muerte al polvo
el camino
del polvo a la tierra
el camino
de la tierra a la semilla
el camino
de la semilla a la planta
el camino
de la planta al fruto
nos llega a dar
en la boca de otros caminos.
* * * * * *
Esas simples palabras fueron capaces
de hacerte creer:
en los dientes rotos siendo remplazados
por granos de maíz
en los corazones siendo molidos para curar
los males del alma
en el cielo cerrándose para ver reventar la flor de tus ojos.
Pero nadie en ti preguntó de dónde llegó esa voz
tú sólo hablabas.
Andabas entre las tumbas de los jóvenes que
sucumbieron al convertirse en estrellas
andabas entre las sombras desmembradas de Jun Keme
buscando las hierbas irreconocibles del alma
que de noche las hormigas se llevan cada vez más lejos.
Oyendo esa voz que repetía en ti
aquellas palabras, las del principio,
porque comprendiste
que la muerte al final
es el silencio de la voz que escribe.
***De Oyonïk, Editorial Catafixia, 2017
07 de julio de 2018
1995, Chimaltenango, poesía, San Juan Comalapa