nos despojamos de la simpleza que resulta ser la dualidad y es cuando la materia se desliza ante el vital escalofrío de la existencia, ante su implacable hegemonía
DESLIZAMIENTOS
Nos acostumbrarnos a deslizarnos
como mecanismo de defensa para nuestros
instintos primarios, con astucia felina:
el hombre habla, besa, abraza, saluda,
calla, comparece, sueña, traiciona, mata.
De El libro del silencio
I
Vivir, construir, dejarse la cara al viento,
movilizar las razones de mi/nuestra existencia,
recordarnos la vida, el mundo, los instantes
desmejorables, la ventura sin aventuranza
de las venas que me/nos palpitan día con día.
El buen día terminó sin haber empezado
desde los Adanes y las Evas, desde las Liliths,
los emperadores, los déspotas, desde la
realidad consuetudinaria y el ordinario
quehacer desmotivador del cuerpo y el alma.
II
Un mundo de repente se manifiesta
y nuestros ojos salpican asombro:
la creación inmediata de las cosas
es suficiente para hacernos amos
y señores, los más viles del infinito,
pero sobrevivimos y asesinamos
desquiciadamente a la vida
aunque la poesía nos brote en
la piel como quien no quiere la cosa.
III
Creo que convertirme por completo
en un monstruo es la única manera
de buscar mi salvación eterna.
Los pasos son dados con mi
conciencia cuesta arriba sin
mayor materialización inconsciente
de la bondad que me puede
succionar las entrañas desnudas,
imparciales, venidas de más
a menos, de menos a más,
del amontonamiento cualquiera
y sin razón por su bienestar
cualquiera en aras de lo desconocido.
Esto creemos que pensaba Mr. Jeckyll:
las circunstancias de las casualidades
absolutas lo llevaron a dar
una vuelta por el infierno
de las bebidas materializadoras
de la conciencia pura del inconsciente
real, vil, estremecedor, delirante:
nunca se encontró un culpable
en medio de tanta desazón
agridulce de tantos pasos perdidos.
IV
Recordamos fugazmente, como luzazos,
el tiempo en el que volábamos siendo ángeles,
el tiempo en el que caímos como pequeños demonios,
los instantes de frustración cuando fuimos
castigados por los dioses por una eternidad
con trabajos forzados portadores de una
ciclicidad alarmante y testadura,
recordamos inmemorialmente
cuando bajamos de los cielos esplendorosos
y tocamos la tierra como primera instancia,
perpetuamos en nuestro organismo
la intersección de nuestra Historia
de cuando salimos del agua
para empezar a respirar aire puro y fresco,
por último siempre nos tenemos en la memoria,
persistimos como un santiamén,
las edades doradas en donde
nos refulgíamos con sangre divina.
La idiosincrasia de cada uno de nosotros,
simples y tristes mortales ahora
–destinados a la muerte sin perdón–,
nos va armando de valor y de cobardía
día con día en donde ya existen balas
y extorsiones y en donde teóricamente
somos pacíficos para vernos civilizados,
y cuando, en fin, las batallas
para salvaguardar nuestro honor divino,
o cuando nos resistíamos a la extinción
deseando la perduración de nuestra especie,
y para conservar el hálito condensado
de nuestro esqueleto condensado
bajo nuestra piel como destellos de supremacía,
todo esto, entre tanto más por contar,
ya es olvido, ya pasó, ya no existe
en la actualidad del perenne presente
impostergable hacia el futuro demoledor:
somos, fuimos, seremos y somos aún, todavía.
V
El hilo desigual, la parte esencial de nuestra humanidad,
mi/ nuestro espíritu decadente pero de pie
y soportando las ráfagas de viento sin impermeabilidad,
el alma: circuito curioso y artefacto tierno en su des-
conocimiento sempiterno, el misterio casual.
La familia, los amores, los conocidos y los extraños,
los ruidos existentes e inexistentes, nuestras cabezas
rebotando por los desfiladeros del abismo
impredecible de eventos explayados
hacia El Gran Salto, la mordida simpática
del machete que romperá la linealidad
e impondrá el antes y el después,
un inicio y un final demostradamente compactos
para estremecer al mundo entero o,
más bien, aquello que nos quede por recorrer en vilo.
11 de noviembre de 2016
1990, Antigua Guatemala, poesía