de cuando la vida fungía como atentado de nómadas intenciones, amarga nube de inhalación adictiva, paloma que se estrella en la ventana, y muere
EL EVANGELIO SEGÚN MARÍA MAGDALENA
«I want your ugly I want your disease I want your everything As long as it’s free I want your love […] I want your love and I want your revenge You and me could write a bad romance»
Lady Gaga
El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del… ¡SNIIFFFF! Ella lo ve, lo presiente cuando acerca la mirada aletargada, cuando posa el vidrio de sus ojos sobre ella, cuando el reflejo diminuto de su ser se desvanece en sangre que se inyecta en la mirada.
La luz amarillenta, el ardor de ojos, la tembladera de los músculos. Ella sabe que tiene que levantarse, sabe que tiene que empezar el día. La rutina, la monotonía de los buenos días nunca dados. Él pasa levantando los pies suavemente para no hacer ruido, para no despertar a los nenes que duermen detrás de la cortina. ¡CLICK! Se apaga una luz, se enciende otra. Ella camina hacia la estufa, los sartenes escandalizan el desayuno, truenan las cáscaras de huevos que rozan con la mantequilla, siente la humedad, huele la humedad que la atraviesa fantasmalmente mientras prepara la comida.
—Buenos días, mama.
Todos listos, todos bañados, todos comidos, todos, todos, todos, nadie. Enciende la radio, se sirve su comida, enciende la televisión, no ve nada, no escucha nada.
El llanto de los niños hace eco en las paredes, las piernas aguadas, el estómago paralizado, el vómito nervioso que repta por la garganta; lo ve acercarse, ve la imagen detenerse lentamente, la mano acercarse lentamente, el llanto escurrir lentamente de sus ojos, como si ella fuera ajena a la situación, como si estuviera afuera de su cuerpo y pudiera ver el latigazo que le estalla en la frente; flashback, se levanta, flashback, corre hacia la cocina, flashback, levanta un cuchillo inútilmente para defenderse de la patada, de la violencia agitada, de la ira contenida en el golpe, flashback, llora en un rincón abrazada de sus hijos. Aturdida, temblorosa, con el miedo que le escurre de las piernas que no dejan de temblar, con las manos que no se detienen mientras juegan a un vaivén extraño.
— Policía, vengan a llevarse a este comemierda.
¡CHIQUI, CHIQUI, CHIQUI! ¡RRRRRRRRRR! Dos cortes de pelo y las manos sudorosas, veinte quetzales que se guarda en el bolsillo para ajustar la cena, unos buenas tardes mama que pasan indolentes sobre su mejilla, otra vez los sartenes que truenan en la estufa, otra vez la comida que chisporrotea en los sartenes, otra vez. Los ve sentarse en la mesa, sostenerse la cabeza para que las ideas no se escapen, los cuadernos con apuntes sucios, desordenados, desaliñados después de que los vio tan pulcros antes de salir; suenan las llaves que giran, la puerta que rechina, la panza que entra primero, la camisa con manchas de sudor, el beso con labios de sudor, la nalgada seca, distante, unísona al silencio de la tarde. Lo ve sentarse, inútil, desdentado, flácido; le sirve la comida y enciende la televisión. Deja caer el cansancio en una silla, deja caer la noche en una plática que no existe. Él se levanta, se lava y se acuesta; ella enciende la televisión, enciende el radio, enciende la penumbra que cubre la vaguedad de una familia llena de extraños. Ella no ve nada, no escucha nada.
La explosión del flash que enceguece la mirada, la explicación estúpida que se desliza por la máquina detrás del mostrador, los dedos que teclean impertinentes la intimidad incómoda, incómoda ella, impertinente ella que pregunta esas cosas; le duele la tristeza del golpe, la soledad de la cama vacía, le duele el extrañar al hijueputa que no ha comido bien.
—Sí, no, no me tocó allí, sólo en la cara, mire. ¡Mire cómo me dejó ese cerote!
Las noticias que no suenan, los muertos que se conocen por cantidad y no por nombre, el ronquido sordo que resuena en sus oídos. El reflejo de la tele en sus lentes, los párpados que pesan, el brazo que presiona su panza, ve el panorama oscurecerse, el deseo de sentir la piel desvanecerse, ve la imagen muda de la presentadora empequeñecerse, cada vez más diminuta, cada vez más lejana, cada vez, cada vez, THE TV WILL TURN OFF IN 30 SECONDS. Muere lentamente, cae en un precipicio, impacta con el fondo de una piscina, no puede respirar, no puede gritar, no puede moverse para ningún lado. Duerme.
Folio No. 1236451. Violencia intrafamiliar, golpe en la mejilla, golpe en el labio, golpe en las teclas de la máquina de escribir. ¡TLACA, TLACA, TLACA! Las palabras resbalan de su cuerpo, la cara de él dirigida al suelo, a la hipocresía, al desencanto que cubre la sala, a la jueza gorda. ¿Por qué está gorda la jueza? ¿Será que el marido le hace de comer? ¡Culpable! Culpable de haberse enamorado, culpable de haber ido a esa fiesta, culpable de conocer a las primas del culpable que culpablemente le presentaron la renuncia, la ensoñación de una panza, de uno, dos, tres hijos, culpable de querer tener una familia, culpable de no estudiar, culpable de pegarle al niño con una paleta por perder un libro, culpable de querer ser mamá, culpable de no darle al marido lo que quiere, culpable, culpable, culpable ¡CUL PA BLE!
Lo ve alejarse con el abogado, cargando las penas, dejando caer los recuerdos por el pasillo, dejando atrás las tardes de domingo, las noches de juegos de mesa. Siente la despedida inundarle el cuerpo, llenarle los zapatos, las lágrimas que salen estrepitosamente mientras sus hijos agitan las manos, violentan la mirada, matan el amor de madre, desmenuzan el cariño y lo reparten en las imágenes que quedan para siempre, para nunca.
El sopor vine antes del aturdimiento, el aturdimiento viene antes de la euforia, la euforia viene antes del desplome del cuerpo que cae sobre el azulejo blanco, mientras ella imagina qué podría pasar si fuera otro calvario, si él se acercara y le reventara la rutina de un centellazo, si después del golpe ella agarrará su vida a tuto y se la llevara para siempre, si no fuera la monotonía la que la aplasta, la que la devora insaciablemente, la vomita y la vuelve a tragar. Un ronquido, le quita los zapatos, enciende la televisión, enciende el radio, no ve nada, no escucha nada. Duerme.
LA COQUETA
La calle termina de vaciarse de los sonidos vespertinos y empieza a albergar los de la noche, sencilla, cáustica, monótona. Siempre lo mismo, siempre voces que no se entienden porque nacen al mismo tiempo, escapes tronando, pisotones de medios tacones cansados y polvorientos. Cómo puede la ciudad tener tanto polvo, tanta amargura transitando en las calles, tantas soledades inconexas y llenas de historias; todo esto se pregunta ella mientras espera la camioneta, la misma de anoche, la última que va para su casa, esa que tiene una luz neón azul y carga reggaeton en las bocinas, un ayudante mañoso y un chofer indiferente hacia los bultos que ocupan el espacio infinito donde todos caben, donde todos se corren hacia atrás, para atrás. Ésa, la misma, la única, la vieja, la estúpidacomemierda, la coqueta.
Se hunde en el respaldo aguado del asiento, pone ligera atención a la música, «Ay, no me importa que usté sea mayor que yoooo, hoy la quiero en mi cama», la luz no molesta a los ojos, dispara cierta personalidad que cae en los cuerpos bamboleantes. Hasta parece discoteca, piensa y se hunde aún más en el sillón. La coqueta acelera, el chofer acelera, el mañoso pide el pasaje, hace como que no lo escucha porque le gusta que la rueguen, le gusta que le pidan, que la llamen, que le den flores y le digan bonita, mamita, mi amor, pero no lo dice, no lo proyecta cuando escupe con indignación un insulto y suelta el dinero con delicada gravedad. Ve las imágenes pasar, nacer y morir en sus pupilas vidriosas, cansadas y llenas de sangre; allí va el motorista, el vendedor de chicles que huelen a menta, que huelen a piña y a limón, el carro lujoso, la chatarra, el novio y la novia, como un cementerio infinito de fotos apiladas en la cabeza, el chofer frena violentamente y casi le hace sembrar los dientes en el tubo oxidado, se acabaron las imágenes. Tres hombres suben, dos con capucha y uno con mochila, uno por la puerta de atrás y dos por la de adelante. La coqueta presiente la amenaza, el pecho lleno de metal que cruje, palpita, se acelera, se despierta y se inyecta adrenalina, el sillón empieza a doler, la cara empieza a hervir en el espejo del chofer, de la coqueta, ella ya sabe el drill.
—¡Bueno hijos de la gran puta! Todos queremos llegar a nuestras casas, así que flojos y vivos con las chivas que nadie se quiere quedar tendido.
Tendida en la coqueta, dormida en la coqueta para siempre, muerta en la coqueta. Dobla la cabeza, quiebra la mirada, irgue el pecho, aprieta las nalgas, ve al que está sentado a su derecha, tiembla, explaya miedo, el terror bordea el punto donde el cuerpo se rompe y las lágrimas empiezan a salir, un sonido, un destello, un impacto la hacen salir del trance, la cabeza le duele, el labio sangra, los ojos se detienen un momento en el rostro sin capucha del ladrón, suelta su celular y unos anillos que guardaba en el brassier, el pecho se desinfla, las lágrimas empiezan a caer. Ahora ella tiembla igual y su compañero de asiento ya no está. La coqueta para, el chofer para, sale con el mañoso a buscar una patrulla, todos se levantan, todos se sientan, todos murmuran, la coqueta continúa su camino.
Entra a la casa, la luz amarillenta que alimenta la pobreza, el suelo sucio que emana olor a perro. Ve a su mamá sentada viendo la novela, se encuentra con el espejo, con el reflejo partido, humillado, con el fantasma que despidió en la mañana, diferente, igual, hermoso, feo y narizón.
—¿Ya llegó mi hermano?
—Dijo que se quedaba trabajando hasta tarde.
Quiere llamarlo, llorar el susto, contemplar su voz y acostarse en el vacío de su cama, no tiene celular. Él está con su esposa y sus hijos que no quiere, atrapado en esa vida que no quiere y que va a dejar por estar con ella. La puerta suena, el perro ladra, la mirada se distrae, se conecta con la cara donde la dejo suspendida por última vez.
—Aquí está tu celular. ¡Ya te dije que no te hagas la mula porque te tengo que verguear!
No lo escucha, no lo ve, no siente el golpe y lo abraza, toma el celular, lo esculca, lo agita, lo revienta con los dedos, no hay ni un mísero mensaje.
—Dale de comer a tu hermano que viene de trabajar y está cansado.
Calienta la comida, la sirve, se la traga, corre hacia su cuarto, corre la cortina, corre hacia su vida, corre, corre y nunca deja de correr. Mañana salgo tarde, me toca la coqueta.
ALLÍ SE VIENE EL FUEGO… PREPARAOS TODOS
Cuéntame otra vez esas historias que nacen en tu pecho y se mueren en el mío. Desviste tu alma y entrégala desnuda al contorno de mis insomnios, al letargo de mi cuerpo exhausto de amarte con inusitada violencia.
Te veo, te conozco desde adentro cuando el vaho de tu aliento se estrella en mi pecho desnudo, mientras la culpa y el miedo se despegan de tu voz y dibujan ese mundo cálido al que con estúpida valentía me atrevo a descubrir mientras se construye, mientras lo construyes con fuego y llanto.
Mientras dices que no sabes del futuro, mientras hablas de lenguajes en colores y en formas que me intrigan, yo imagino el desgarre, el cansancio, la pasión, la inmutable autodestrucción que se viene sobre nosotros. Veo el futuro, la cúpula de emociones derrumbándose, la relación bastarda que nos hará recoger las palabras del suelo, el corazón escupido y herido, la tácita nostalgia casi inmediata que nos hará entregarnos al otro sin reparo, con dejos de ira y de pasión.
Ahora me hablas de doctores, de películas, de deportes; la pizza se enfría en la cama y nuestras miradas buscan el calor de una caricia perdida en el silencio. Adormitado, con los ojos hinchados, el pecho a reventar, me acerco y te beso. El sentir húmedo de tus labios hace llamear el cuerpo, dejar las manos libres sobre tu cuerpo, liberar los dedos para que memoricen tu espalda y cuenten tus lunares.
Entre caricias, entre las historias de tu infancia y tus lugares preferidos, veo el mar sacudiéndose, olas de infinitos adjetivos impactando en nosotros. Ahora, aquí, en ti, veo el fuego que crece, está listo para consumir, para quemarnos y dejar solo las cenizas dolientes reptando sobre nuestros cuerpos. Allí se viene el fuego que hará desaparecer hasta el más mínimo instinto que se esconde entre las miradas.
Allí viene el fuego. Prepárate, querida.
16 de mayo de 2014
1990, Guatemala Ciudad, narrativa