oigamos cómo la fábula vuelve en sí misma, son las albricias para la celebración molecular de la palabra en su certera y encendida ruta secreta
[OMAR SANTIAGO]
* * * * * *
Estoy aquí,
con una pluma como fuete,
tratando de arrear palabras
para formar un rebaño
medianamente coherente,
como esos hatos
que se mueven juntos
en los caminos de piedra
de un bucólico caserío.
Pero las palabras
se resisten a ser ovejas;
de pronto,
se convierten en grifos impensables
y comienzan a volar
alejándose del papel,
dejando un rastro de tinta
que forma charcos…
y después lagunas.
A las palabras no les gusta el orden
o les gusta demasiado o solo un poco.
De vez en vez,
vuelve alguna transfigurada en delfín
y convierte en mar
lo que deseaba ser un monte
bañado por el sol.
Son eslabones de cristal
de una cadena de titanio
que se abrazan para luego soltarse
y formar pequeños corros,
mientras alguna se escapa a toda velocidad,
muerta de risa,
burlándose de las demás.
Cuandos las palabras encuentran el amor
suele ser para siempre;
bendecidas por un ínclito demiurgo
se acomodan en frases memorables,
poemas inmortales,
libros eternos,
obras inalcanzables por el tiempo
que forman ríos de esmeraldas
de los que podemos beber
pequeños sorbos
o grandes tragos.
Gotas del vino con que
suelen embriagarse los poetas.
PAISAJES PÉTREOS
I
Calles perpetuas
de una ciudad ensimismada
cuyas cloacas
repiten la noche cada cien metros.
Los pasos resuenan
entre las paredes de mil ojos
y el eco trepa
y cae surtiendo
de sonido
a los miles de zapatos gastados.
El ruido es un amasijo colorido
que rodea los cuerpos
sumergiéndolos en oleadas
de nada.
Por eso,
las madrugadas citadinas
son tan huecas.
Los espíritus se liberan
y marchan en multitudes de uno mismo
y los ecos solitarios de los pasos
crecen y se agigantan
libres de decibelios.
Los amantes de la noche
surgen como titanes.
Y los besos
en las plazas solitarias
son enormes gritos
de conquista.
Las manos acarician
creando volutas de sentido
que llenan la ausencia.
Los gemidos inaudibles
se magnifican
en la noche de los gatos…
El silencio amanece
cansado y satisfecho
como un vientre fértil
listo a parir ciudad.
II
Calle vieja,
llena de pasos añosos
cuyo polvo se levanta
llevando un poco de todos.
Los vivos respiran
trozos de sus muertos
y los muertos se integran
a los vivos
matándolos de a poco,
entrando a sus pulmones
para ser parte de la vida
y para hacer parte de
su muerte.
Calle vieja,
punto de fuga
de un paisaje pétreo,
horizonte perenne
que el tiempo ha olvidado.
El sol crea un reloj
de casas eternas
con sombras de piedra
que marcan años como segundos.
Lajas escamosas
que forman la piel de un lagarto,
una serpiente moribunda
que ya no siente el peso de los pies.
Un sorpresivo cosquilleo del viento
juega entonces con el polvo
y una sospecha de vida
se asoma por las rendijas
de sus piedras…
pero el polvo se asienta…
la calle insiste en morir.
HAIKUS
La nube blanca
tiende sus ropas al sol,
girón de cielo.
Late la noche,
constelación sonora,
canta el sapo.
Sierpe de piedra,
el camino de años
trepa al tiempo.
La vieja casa,
con su gran techo de sol,
ansía luna.
Piedra de río,
los labios de la tierra
besan el agua.
¡Lanza al viento
tu halago de hojas,
verde bailarín!
La lluvia cae
y la tierra musita
enamorada.
Cuando las aves
acarician el cielo
vuelan poemas.
OMAR SANTIAGO. (Ciudad de México, México, 1971). Lingüista por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en México D.F. Bibliotecario en la Red de Bibliotecas Públicas de la Delegación Álvaro Obregón, Ciudad de México. Fundador de PROMOSANO, promotora de eventos culturales encaminados a difundir el amor por los libros y la lectura. Ha publicado poemas, cuentos y ensayos en publicaciones internas de la Delegación Álvaro Obregón y en la Revista de la ENAH.
20 de mayo de 2014
1971, autor invitado, México, México D.F., poesía