Te Prometo Anarquía

horas gráciles en que la aurora resucita, quizás para mal, nuestros corazones horadados: ruleta rusa entre ruinas, maleza y hervores de absenta

hugo izarra

 

[HUGO IZARRA]

 

 

MI CORAZÓN NO DEJA DE LATIR DONDE NO DEBE

 

Mi corazón no deja de latir donde no debe:

igual que una piedra, tirita dentro de mi oído.

Es alguien llamando a una puerta

que no pienso abrir.

 

Mi corazón respira ya fuera de mí.

Como un pez que aprendió a vivir

lejos del agua, no se cansa de salir a pasear.

Lo siento ahora en sitios donde jamás

lo había sentido. Lo siento bien.

Lo siento distraído. A veces

lo siento triste también.

Pero lo siento.

 

 

AÑOS DE PERRO

 

Ahora que sé

que voy a morirme,

ahora que mi cuerpo

se encarga de recordarme

que nada de lo que aquí pase

tendrá jamás la menor importancia,

ahora que, vete a saber por qué,

no consigo apartar la mirada

del cielo, no consigo vivir

sin apartarme.

 

Ahora que sé todo eso,

ahora que todo eso

se me ha hecho saber

tan burocráticamente,

ahora que sé lo que puedo

y no puedo conseguir.

 

Ahora

sé lo que quiero.

 

 

AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE

 

Mirando más allá de los horribles edificios;

sorteando con la mirada sus horribles tejados y

a toda esa gente horrible que vive en su interior;

buscando un cielo azul en que poder extraviar

la mirada hasta encontrarse uno mismo

y comprender que la respuesta está

ahí, detrás de las cosas que nos

molestan, esperando por

nosotros, pecadores,

ahora y en la hora

de nuestra

muerte.

 

 

LA VIDA INTENSA DE LA MUERTE

 

La Muerte se esconde en las casas vacías;

se cuela en su interior por debajo de las puertas,

después de limpiarse el barro de los pies

en el felpudo.

 

A la Muerte le gusta meterse en los armarios,

curiosearlo todo, probarse la ropa de los que ya no están,

mirarse en los espejos, oler a naftalina,

guardarse en los bolsillos motas de polvo,

revolverse, como un gato, en los ceniceros,

hacer todas las cosas que, de una u otra forma,

le recuerdan a su pobre infancia.

 

Pero también hay cosas

que la Muerte no soporta:

los timbres y los teléfonos,

las cerraduras sensibles,

los vecinos ruidosos, los niños,

la luz del día, los bastones con

cabeza de pato, las marinas,

los abuelos centenarios,

los disfraces, las sonrisas,

las familias numerosas.

 

La Muerte prefiere otras cosas:

el tacto brillante o rugoso de las fotos en papel,

las viejas cartas de amor abrasadas por el tiempo,

el olor de los licores añejos del mueble-bar,

las persianas cerradas de par en par,

la madera húmeda que se resquebraja a su paso,

el esqueleto marrón de lo que una vez fue flor,

las polillas, los ratones, los pececillos de plata,

los libros antiguos, salvo los de Círculo de Lectores

que son horribles como la vida de una lombriz,

o imaginar, también le gusta imaginar

viejos programas en blanco y negro en

los televisores que ya nadie

volverá a encender.

 

 

SOBREVIVIR

 

Sobreponerse al amor,

o a la ausencia de amor,

como quien supera

una enfermedad grave

de la que no espera salvarse,

pero se salva.

 

Salir al mundo otra vez,

del amor, del desamor,

con idéntico envoltorio;

con el mismo cuerpo,

las mismas manos,

el mismo ombligo,

la misma frente,

la misma boca,

pero la mirada

inocultablemente

de otro.

 

La mirada

inocultablemente

muerta.

 

Sobreponerse al amor,

o a la ausencia de ese amor,

al verdadero amor que sólo es una vez,

pero se muere, se muere, se marchita,

se muere y asesina

por dentro a quien lo mata.

 

Sobreponerse al amor

como quien supera

una enfermedad grave

de la que preferiría

haberse muerto.

 

 

TODOS MIS AMIGOS ESTÁN MUERTOS

 

En esta carrera

donde lo único que importa

es no perder,

yo he ido perdiéndolo todo

alegremente.

 

Me he despegado del mundo

con la pericia del cosmonauta;

me he sentado a esperar su final

llenando mis bolsillos con las

manos.

 

Y aquí me quedaré,

vigilante,

como el último dinosaurio

sobre la Tierra,

reclamando

a destiempo

su meteorito.

 

 

OTOÑO DE VIVALDI

 

Hay un momento

–no importa si estás vivo o muerto–

en que la vida se detiene, toma aire

y, sin mirarte a los ojos, recoge sus cosas

y se va de tu cuerpo para siempre,

te abandona sin dejarte

siquiera una nota.

 

El amor es un poco así,

como la propia vida. Acude cuando

no le llamas, te invade, te ilumina,

se cansa de latir, se apaga y se va

y te deja reducido a esto

que eras hoy, que fuiste hoy

que ya no volverás a ser,

por mucho que te duela,

nunca más.

 

 

***Tomados de Años de perro (libro inédito)

 

 

HUGO IZARRA. (Vigo, España, 1980). Es escritor y licenciado en Periodismo. Debutará con la novela Prohibido tirar de la anilla (Factotum, 2014). Ha escrito dos libros de poemas que pocos conocen y un libro de citas, a medias con Luis Felipe Comendador. En la actualidad, tiene piedras en la vesícula.

 

 

08 de enero de 2014
1980, autor invitado, España, Galicia, poesía

una intervención en “horas gráciles en que la aurora resucita, quizás para mal, nuestros corazones horadados: ruleta rusa entre ruinas, maleza y hervores de absenta”

  1. ani dice:

    Demasiados Palabros BRILLOSOS!!
    Me quedo como niñ@, que asimila lo que lee por primera vez. Ojiplática.

¿algo qué decir?