horas gráciles en que la aurora resucita, quizás para mal, nuestros corazones horadados: ruleta rusa entre ruinas, maleza y hervores de absenta
MI CORAZÓN NO DEJA DE LATIR DONDE NO DEBE
Mi corazón no deja de latir donde no debe:
igual que una piedra, tirita dentro de mi oído.
Es alguien llamando a una puerta
que no pienso abrir.
Mi corazón respira ya fuera de mí.
Como un pez que aprendió a vivir
lejos del agua, no se cansa de salir a pasear.
Lo siento ahora en sitios donde jamás
lo había sentido. Lo siento bien.
Lo siento distraído. A veces
lo siento triste también.
Pero lo siento.
AÑOS DE PERRO
Ahora que sé
que voy a morirme,
ahora que mi cuerpo
se encarga de recordarme
que nada de lo que aquí pase
tendrá jamás la menor importancia,
ahora que, vete a saber por qué,
no consigo apartar la mirada
del cielo, no consigo vivir
sin apartarme.
Ahora que sé todo eso,
ahora que todo eso
se me ha hecho saber
tan burocráticamente,
ahora que sé lo que puedo
y no puedo conseguir.
Ahora
sé lo que quiero.
AHORA Y EN LA HORA DE NUESTRA MUERTE
Mirando más allá de los horribles edificios;
sorteando con la mirada sus horribles tejados y
a toda esa gente horrible que vive en su interior;
buscando un cielo azul en que poder extraviar
la mirada hasta encontrarse uno mismo
y comprender que la respuesta está
ahí, detrás de las cosas que nos
molestan, esperando por
nosotros, pecadores,
ahora y en la hora
de nuestra
muerte.
LA VIDA INTENSA DE LA MUERTE
La Muerte se esconde en las casas vacías;
se cuela en su interior por debajo de las puertas,
después de limpiarse el barro de los pies
en el felpudo.
A la Muerte le gusta meterse en los armarios,
curiosearlo todo, probarse la ropa de los que ya no están,
mirarse en los espejos, oler a naftalina,
guardarse en los bolsillos motas de polvo,
revolverse, como un gato, en los ceniceros,
hacer todas las cosas que, de una u otra forma,
le recuerdan a su pobre infancia.
Pero también hay cosas
que la Muerte no soporta:
los timbres y los teléfonos,
las cerraduras sensibles,
los vecinos ruidosos, los niños,
la luz del día, los bastones con
cabeza de pato, las marinas,
los abuelos centenarios,
los disfraces, las sonrisas,
las familias numerosas.
La Muerte prefiere otras cosas:
el tacto brillante o rugoso de las fotos en papel,
las viejas cartas de amor abrasadas por el tiempo,
el olor de los licores añejos del mueble-bar,
las persianas cerradas de par en par,
la madera húmeda que se resquebraja a su paso,
el esqueleto marrón de lo que una vez fue flor,
las polillas, los ratones, los pececillos de plata,
los libros antiguos, salvo los de Círculo de Lectores
que son horribles como la vida de una lombriz,
o imaginar, también le gusta imaginar
viejos programas en blanco y negro en
los televisores que ya nadie
volverá a encender.
SOBREVIVIR
Sobreponerse al amor,
o a la ausencia de amor,
como quien supera
una enfermedad grave
de la que no espera salvarse,
pero se salva.
Salir al mundo otra vez,
del amor, del desamor,
con idéntico envoltorio;
con el mismo cuerpo,
las mismas manos,
el mismo ombligo,
la misma frente,
la misma boca,
pero la mirada
inocultablemente
de otro.
La mirada
inocultablemente
muerta.
Sobreponerse al amor,
o a la ausencia de ese amor,
al verdadero amor que sólo es una vez,
pero se muere, se muere, se marchita,
se muere y asesina
por dentro a quien lo mata.
Sobreponerse al amor
como quien supera
una enfermedad grave
de la que preferiría
haberse muerto.
TODOS MIS AMIGOS ESTÁN MUERTOS
En esta carrera
donde lo único que importa
es no perder,
yo he ido perdiéndolo todo
alegremente.
Me he despegado del mundo
con la pericia del cosmonauta;
me he sentado a esperar su final
llenando mis bolsillos con las
manos.
Y aquí me quedaré,
vigilante,
como el último dinosaurio
sobre la Tierra,
reclamando
a destiempo
su meteorito.
OTOÑO DE VIVALDI
Hay un momento
–no importa si estás vivo o muerto–
en que la vida se detiene, toma aire
y, sin mirarte a los ojos, recoge sus cosas
y se va de tu cuerpo para siempre,
te abandona sin dejarte
siquiera una nota.
El amor es un poco así,
como la propia vida. Acude cuando
no le llamas, te invade, te ilumina,
se cansa de latir, se apaga y se va
y te deja reducido a esto
que eras hoy, que fuiste hoy
que ya no volverás a ser,
por mucho que te duela,
nunca más.
***Tomados de Años de perro (libro inédito)
HUGO IZARRA. (Vigo, España, 1980). Es escritor y licenciado en Periodismo. Debutará con la novela Prohibido tirar de la anilla (Factotum, 2014). Ha escrito dos libros de poemas que pocos conocen y un libro de citas, a medias con Luis Felipe Comendador. En la actualidad, tiene piedras en la vesícula.
08 de enero de 2014
1980, autor invitado, España, Galicia, poesía
08 de enero de 2014
Demasiados Palabros BRILLOSOS!!
Me quedo como niñ@, que asimila lo que lee por primera vez. Ojiplática.