abre la caja, el sudor se expandirá hacia los cuatro ángulos y el laberinto, antes inédito, brillará para que la mente del gran fascinador lo bendiga con Predilecto
[FRANCISCO ALEJANDRO MÉNDEZ]
EL COMISARIO VA LA UNIVERSIDAD***
El cuerpo del muchacho permanecía estático sobre el sillón del auto. La cabeza había estallado contra el timón. Las bolsas de aire no habían funcionado. El comisario Wenceslao Pérez Chanán pensó que quizá no las portaba. Aparentemente se trataba de un carro usado que había sido comprado en Estados Unidos.
Fiscales del Ministerio Público habían precintado el área. El Chevrolet Neón y el poste partido abarcaban unos treinta metros cuadrados. Patrullas policiales, ambulancias de bomberos, picops del MP y otros vehículos de la prensa ocupaban casi cincuenta metros de la zona conocida como el Columpio de Vista Hermosa, un bulevar apetecido por conductores para probar la potencia de sus motores. Las filas de autos, piloteados por curiosos pilotos, abarcaban más de dos kilómetros. Era mediodía del último lunes de marzo.
Wenceslao explicó a sus dos detectives estrella, Enio y Fabio, que la presencia del equipo era simplemente rutina, pues se trataba de un accidente y no de un crimen. El hecho de que los tres estuvieran presentes se debía a un presentimiento que el comisario Pérez había tenido, pero que no había transmitido a sus detectives.
Dos horas antes, mientras escribía con dificultad correos electrónicos para su amigo escritor detenido en una cárcel de Costa Rica, Wenceslao escuchó la noticia transmitida por la radio. El locutor expresó que se trataba de un joven universitario, quien manejaba a excesiva velocidad, había perdido el control de su auto, invadido el carril contrario e impactado contra uno de los postes del alumbrado público. Luego, agregó, como comentario personal, que era el tercer estudiante de la universidad jesuita que moría en un accidente, pues dos semanas atrás habían fallecido otros dos en situaciones similares. Esta última parte fue la que a Wenceslao le provocó dejar de escribir. Revisó los archivos de accidentes y comprobó lo que expresaba el locutor. Algo le había olido mal. Por esa razón llamó a Enio y Fabio y los citó en la escena del accidente.
Cada uno se dedicó investigar lo que el comisario le había asignado. Enio se encargó de todo lo relacionado con el accidente, el auto, resultados del peritaje y conclusiones de los fiscales. Fabio, por su parte, todo lo que se refería al cuerpo, su identidad; más adelante, de ser necesaria, la autopsia, referencias, pertenencias, celular, computadora, prácticamente todo.
Ambos detectives parecían escépticos, pero sabían que cuando el comisario Wenceslao Pérez Chanán reparaba en algo, era porque debía ser objeto de investigación. El comisario conversó con los bomberos, especialmente con Darwin Baudilio, quien le manifestó que la excesiva velocidad parecía la causa del aparatoso accidente. El comisario le preguntó si él había cubierto los otros dos accidentes de los estudiantes. El bombero le respondió negativamente, pero le dio el nombre de quien estuvo en las ocasiones anteriores.
Wenceslao sudaba a chorros. Como en otras ocasiones, había ubicado su pañuelo en la nuca, pero pronto se había convertido en un trapo como recién sacado de la lavadora, solamente que bastante sucio.
Los pies del comisario resentían el sobrepeso. En un terreno como en el que se desplazaba, las articulaciones lo castigaban, como si se tratara de una venganza, por los altos niveles de ácido úrico que acumulaba, en parte por la dieta desordenada, los constantes tragos de Predilecto y los cientos de maní garapiñado que tragaba religiosamente.
Cuando sus detectives le hicieron la señal de aprobación para expresarle que poseían información suficiente para marcharse, el comisario hurgó dentro de la bolsa de su pantalón. Encontró una bolsita con maní garapiñado. Eran pocas. Abrió el plástico y las deslizó con velocidad hacia su boca. Les guiñó el ojo a sus muchachos y furtivamente se escabulleron entre la multitud.
Dos días después, bar el Pulpo Zurdo
—Como dice el descuartizador: vamos por partes, ¿qué tienen de bueno entre sus notas y cabezotas?
Les habían servido media botella de Predilecto, acompañada de trozos de hielo, sal, limón partido, cocacola, mineral, platos con maní y frituras. Wenceslao sirvió tres tragos iguales. Los repartió. Frotó su espalda con la silla y se reburujó para escuchar los informes.
—Comisario, salud primero que nada. No cabe duda que usted tiene un olfato, con todo respeto, de perro rastreador —expresó Fabio, mientras se empinaba el vaso, hacía muecas y lo devolvía vacío a la mesa—. Es el tercer muchacho, estudiante de la misma universidad y carrera, que muere en las dos últimas semanas. O es que los estudiantes de periodismo son muy alocados o han de haber hecho alguna estúpida apuesta, pues todos los accidentados estaban a punto de graduarse. Qué terrible para sus padres, ¿verdad? Se llamaba Luis Higueros de la Roca, 25 años. Coincide con la edad de los otros muertos. Quizá porque pertenecen a una misma promoción. Por la tarde me doy una vuelta por la morgue. Seguramente la familia no querrá la autopsia, pero eso lo arreglamos con el doctor Sierra.
—Por mi parte: el automóvil estaba a nombre del padre del fallecido. Según investigué, fue comprado en una subasta en Miami. Lo trajeron por barco, pagaron los impuestos y comenzó a circular. Es un carro poco común. Casi no hay repuestos. En el taller realizarán los peritajes, pero por dentro se veía bien cuidado. Eso sí, es muy raro lo de las bolsas de aire. Quizá no le hubieran salvado la vida, pues iba como a 220 km., los detalles los tendremos más adelante.
Wenceslao sirvió otra tanda. Miró hacia el cielo raso cubierto de hollín y reafirmó que algo apestaba en esas tres muertes. Mientras almorzaban una sopa de gallina, se tomaban otro Predilecto, repasaron los tres casos. Enio y Fabio cambiaron a cerveza, pues no podían con el ritmo de su superior.
—El segundo murió hace exactamente una semana: Se trata de Hugo Roberto Colindres Peñalba. Igual, 25 años, estudiante de comunicación. Su muerte ocurrió mientras conducía por el bulevar de los Próceres. Parece que un motorista se acercó con intenciones de robarle el celular, él se opuso. Le dispararon. Un dato curioso es que no le robaron el teléfono. Absolutamente nada. El primer caso, sucedido hace 15 días, ocurrió en la salida de la universidad. La víctima, Francisco Oliveros Trinidad, viajaba como pasajero en el automóvil de su novia. Dos autos los interceptaron. Primero golpearon a los dos. No secuestraron a la novia o al carro. Lo mataron y desaparecieron. Cada caso puede tener una explicación. Lo curioso, estimados, es lo que los une. Eso me llama mucho la atención. Continuemos con el caso de los narcotraficantes en Zacapa, pero no dejemos de recabar información. Tengo una corazonada al respecto. La última y nos vamos.
Alguien acababa de meter una moneda en la rockola. Habían comenzado las notas de El Cantante, de Lavoe. Wenceslao respiró profundamente. Llamó a Lidia y pagó la cuenta.
Colonia El Mezquital, una semana después
Wendy persignó al comisario. Le entregó su lonchera y salió a despedirlo a la puerta. Afuera, una patrulla manejada por Enio y copilotada por Fabio lo esperaba con el motor encendido, escupiendo humo blanco por el escape roto. Wenceslao caminó hacia ellos. Fabio le abrió la puerta trasera, Enio maniobró, saltó sobre túmulos y bocinó para que la abrieran las talanqueras que protegían la colonia.
—Este otro “accidente” sucedió en el bulevar del colegio Austriaco. Parece que la patoja se quedó dormida. El auto se desbarranco. Ella murió en el acto. Esto confirma su olfato, comisario. Se trata de otra estudiante de esa universidad, próxima a graduarse en comunicación. Es la primera mujer víctima de esta promoción. Sinceramente no creo que sea casualidad. Hay algo muy raro. Se me arruinó mi presentimiento, pues los nombres de los tres anteriores se parecen a los sobrinos del pato Donald, es decir Hugo, Paco y Luis, pero la de ahora, lo friega todo. Su nombre era Juana D. Echeverría Berganza.
—Un momento, Fabio. ¿Cuál es el segundo nombre de la muchachita?
—Ya se lo averiguo. Espéreme un poquito.
Más tarde…
Arribaron al palacio de la policía, subieron las gradas de los tres pisos, saludaron a Julia, la secretaria del comisario y se internaron en la sala de sesiones. Solamente hacían tiempo, pues la parsimoniosa, pero efectiva secretaria, realizaba una llamada al comedor del otro lado de la cuadra, para ordenar tres desayunos con doble porción en todo. A los diez minutos ya se encontraban en La Dolorosa. Desayunaron frijoles, huevo, avena, plátanos fritos y mucho café.
—Enio. Revisemos otra vez la lista de la promoción fatídica. Al paso que vamos, no se va a graduar ninguno. Ya vimos que es mucha coincidencia que todos tengan algo que ver con el pato Donald. Lo del segundo nombre de la patoja, Daisy, es más que evidente. Tendremos que ponernos duchos para las caricaturas. Espero que no, pero frente a nosotros puede estar la próxima víctima.
—Fabio, ¿coinciden en algo las autopsias practicadas a los tres?
—No, comisario. En lo absoluto. Había algo raro en la sangre de Luis. Se trata de residuos de estricnina. Es un veneno que se utiliza para atacar plagas de bichos, como ratas. Sierra me expresó que pudo haber sido inhalado o tomado conscientemente, ingerido por accidente o le fue suministrado. Ya sé qué está pensando, comisario. Considera la última, ¿verdad?
Durante algunos minutos revisaron la lista de estudiantes, los resultados de las autopsias, repasaron los informes de Enio sobre las conversaciones con los graduandos. Había cierta y lógica incomodidad entre los estudiantes.
Wenceslao no pudo más. Les pidió que urgentemente solicitaran una reunión con todos los “sobrevivientes” de la promoción. Lo mejor era juntarlos en un aula de la universidad. Enio enfatizó que en breve se celebraría el acto de graduación, el cual estaría dedicado a sus cuatro compañeros fallecidos. Esta tarde iban a repasar la ceremonia.
El comisario va a la universidad
Los estudiantes permanecían sentados como para recibir clases. Wenceslao parecía el profesor titular; Enio y Fabio, sus auxiliares. Explicó a los virtuales licenciados de sus sospechas y de la probabilidad de que alguno más podría morir en circunstancias “extrañas”. Les solicitó, como si fuera un examen, que escribieran situaciones raras; cualquier situación fuera de lo común, con cada uno y con los fallecidos. A los 25 minutos recogieron los escritos. Salieron casi todos. Un estudiante se quedó. Wenceslao pidió a Enio y Fabio que lo dejaran solo. Conversaron durante quince minutos. Al final, el estudiante, que se llamaba Donaldo Archila, se despidió, no sin antes solicitar protección.
Los tres policías leyeron los escritos de los estudiantes. Una relató que el día que murió Luis compartió sus últimos momentos de vida. Se tomó un té de limón, se despidió con un beso y al rato conoció de su muerte. Agruparon varias hojas, en las que expresaban haber recibido llamadas. Les anunciaban que habían ganado una lotería. Wenceslao cruzó miradas con sus detectives estrella mientras concluía que posiblemente se trataba de engaños, organizados por bandas o desde las cárceles utilizado para extorsionar a quien respondiera.
—¿Todavía tenemos al informante en la cárcel?
Enio se encargó de rastrear las llamadas recibidas a los celulares de toda la promoción, pero hizo énfasis en los celulares de los muertos. Conjuntó otro equipo de intervención telefónica, tras enamorar a una jueza que dio la autorización para usar “escuchas” con los “sobrevivientes”.
Encontraron un número que aparecía en casi todos los teléfonos. Se trataba de un prepago con GPS, que lanzaba señal desde la cárcel de Pavón. Enio se dirigió hacia el sitio para ubicarlo. En una hora se ubicó, junto a un equipo, incluido un hacker freelance.
Wenceslao había conversado varias horas con su hijo de diez años para intercambiar información de programas de Disney. Seleccionó a cuatro estudiantes de la lista y los citó de emergencia. Había pedido a la rectora de la universidad que pospusiera la graduación, como una manera de prevenir otra muerte más. Los estudiantes con nombres de Miguel, Plutón, Miriam y Clara Anabella confesaron que los llamaron para anunciarles premios. Les solicitaron que compraran varias tarjetas y que las cargaran al número indicado. Una voz imponente le dijo a Miguel: “tú sigues, querido Mickey”.
Wenceslao nunca había visto caricaturas, pero estaba claro que el clan Mickey Mouse iba a ser atacado. Todos necesitaban protección inmediata. Llamó a Fabio, quien terminaba la investigación sobre los perfiles de los internos de Pavón. Tras decantar instintivamente, se quedó con pedófilos, pervertidos y mareros. Todos se ubicaban en el sector diez. Uno de ellos, además, estaba acusado de secuestrar, violar y matar a una joven en el Occidente del país. Apostó por este último y tras conversar con Wenceslao, quedaron de reunirse en la prisión con refuerzos.
* * * * * *
El operativo fue relámpago. Julia coordinó todos los permisos legales, avisó a un comandante del ejército para que ubicara tanquetas en las afueras y alertó al MP. Enio avanzó con su equipo. Tras encontrar resistencia de los detenidos arrojaron bombas lacrimógenas, rompieron candados y se dirigieron hacia el mencionado sector. Wenceslao ingresó minutos después. Encontró agazapado a Enio, quien con altavoz pedía cese a las hostilidades de los reos. Se escucharon detonaciones. Luego, comenzó la acción. Los agentes de avanzada, protegidos con escudos, comenzaron a capturar a los internos del sector. La resistencia duró como media hora. Finalmente todos fueron reducidos al orden.
Cuatro reos del sector diez fueron esposados y separados del resto. El comisario ordenó que solamente él, Fabio y Enio podían ingresar al sector. Cada uno se dio a la tarea de buscar evidencias. Wenceslao descubrió varias mochilas que en su interior portaban decenas de celulares. En una de ellas destacaba una lista de nombres y teléfonos, operaciones matemáticas de dinero producto de extorsiones y nombres de sicarios, con sus respectivas cuentas bancarias. Wenceslao se extrañó que los teléfonos y la carpeta con la información estuvieran tan a mano. Pudo tratarse de que los reos se enteraron de la requisa y preparaban deshacerse de ellos. Continuó con la búsqueda. Fabio lo interrumpió para mostrarle una computadora portátil, la cual, evidentemente había sido golpeada o lanzada al suelo para destruirla. Fabio sacó de su bolsa del pantalón varios USB, los cuales había encontrado entre los colchones y las TV. El último en llegar fue Enio, quien se acercó con una sonrisa como la de aquellos niños, quienes tras golpear la piñata vuelven con una gran bolsa de dulces. Qué encontró, preguntó el comisario Pérez Chanán, quien presentía el valioso hallazgo de su detective.
—Son juegos de mesa, comisario. No tiene idea cómo estos cartones nos van a llevar a respuestas que desde ya nos estamos haciendo. Me parece que estos pollos están bien volados del coco, pues, creo que tuvieron que estudiar mucho para escoger a sus víctimas, planificar tan sofisticadas muertes. Quién sabe hasta dónde iban a llegar.
—Comisario, me imagino que tanto usted como Enio también han encontrado armas punzocortantes, cocaína, mariguana y hasta licor en este cuchitril.
—Sí, Fabio, pero todo eso no lo toquen. Dejémosle algo a los del MP. Localicen al hacker y me lo llevan de los huevos al laboratorio. Nos juntamos en dos horas. Buen trabajo muchachos.
El comisario y sus dos detectives se diluyeron entre los demás policías, soldados y miembros del ejército. Enio se dirigió al director de la policía, quien impaciente gritaba que el ministro lo iba a destituir por culpa de Wenceslao. Tras explicarle detalle a detalle lo que habían investigado, el funcionario tomó la batuta en todo el operativo, pidió que los cuatro reos del sector diez fueran confinados en bartolinas separadas. Adujo que estaban siendo investigados por asesinatos que planificaron desde el penal.
Palacio de la policía, cinco días después
El informe redactado por el comisario Wenceslao Pérez Chanán fue contundente. No dejaba ninguna duda al respecto de la implicación de la banda de los Extras, integrada por cuatro reos, considerados de alta peligrosidad, quienes extorsionaron a una promoción de estudiantes de ciencias de la comunicación, próximos a graduarse. El trabajo del hacker consistió en ingresar a las computadoras que fueron bloqueadas con gusanos protectores para no ser descifradas. Entró en sus sistemas operativos y descubrió la base de datos de los estudiantes. Su historial de notas y pagos. Dos años atrás, uno de los informantes, de nacionalidad salvadoreña, se inscribió en la carrera de comunicación, incluso se hizo novio de una de las estudiantes de quien obtuvo valiosa información, además de conocer la casa de la mayoría de las víctimas. El delincuente huyó hacia El Salvador, pero Wenceslao se había puesto en contacto con Pepe Pindonga, colega de ese país, para dar con su paradero, capturarlo y devolverlo sin tanto trámite hacia Guatemala. El comisario destacó el juego de la muerte que la banda practicó para escoger a cada una de las víctimas. Efectivamente, tras varios días de fiesta con drogas y licor dentro del penal, uno de los cabecillas observó el Disney Channel y tras pasar un día entero de programación infantil, decidió que las primeras víctimas deberían de tener los nombres de sus protagonistas. La planificación de los “accidentes” fue auxiliada por el salvadoreño, que responde al nombre de Melecio Valeriano Verganza, quien se hace llamar El Chele Vara y firma sus órdenes como Mevaleverga. El sindicado participó directamente los asesinatos: atacó con arma de fuego al primero, robó una moto para atentar contra el segundo, introdujo la estricnina en un té frío, rompió las bolsas de aire y drogó a la chica introduciendo éter en su pachón para que se estrellara.
El director de la policía presentó los resultados a la prensa, seguramente se había ganado un anhelado ascenso. El comisario Pérez, Enio y Fabio evitaron a la prensa, salieron por una puerta de emergencia y se juntaron en el Pulpo Zurdo dos horas después. Tomaron Predilecto, Wenceslao escuchó a Lavoe varias veces. Comieron muchas boquitas, pagaron y se marcharon. A la hora siguiente, tras cruzar la ciudad, ambos detectives dejaron en su casa al comisario. Antes de entrar, Wenceslao les agradeció.
Cuando entraba escuchó que Enio le preguntaba:
—¿Cómo se sintió dando clases en la universidad, comisario? La pinta de catedrático, ya la tiene.
***Inédito
20 de noviembre de 20131964, Guatemala Ciudad, narrativa
21 de noviembre de 2013
Que buen relato, no soy crítico ni nada parecido, pero me fascino, claro que el tema atrapa, pero lo leí y me pareció buenísimo, pulcro creo que es la palabra que lo describe. Un saludo
21 de noviembre de 2013
Me encantó! Sin duda este autor es de lo mejor de Guatemala!