Te Prometo Anarquía

inmersión en los vidriosos y empolvados anaqueles de la historia para rescatar las imágenes de las gentes que construyeron nuestro cielo, que es nuestro rostro

eduardo villagrán

 

[EDUARDO VILLAGRÁN]

 

EL ROSTRO

Una imagen vale mil palabras. En tanto que las palabras representan los conceptos o cosas de manera alusivay no directa, una imagen representa la cosa misma. Al leer la palabra «perro» nos imaginamos a un miembro genérico de la especie canis domesticus, o bien a un san bernardo, un chihuahua, un pastor alemán, un labrador o el perro de la esquina. Sin embargo, al ver la imagen de un perro se nos muestra la versión específica del cánido: su forma, su raza y a veces hasta su tamaño y color. Para ponerlo en palabras tendríamos que decir gris, trompudo, de tamaño mediano, orejas puntiagudas, pelo corto y áspero, cola parada en curva.

Las palabras escritas permanecen, como si fueran una fotografía verbal de la situación. En cambio, a las habladas se las lleva el viento. Por ello, la tradición oral evoluciona y se va transformando según cambia y se desarrolla el estado mental de sus portadores.

La zona q’eqchi’ conocida como Las Verapaces, en Guatemala, fue colonizada y cristianizada entre los años 1530 y 1540. Monjes dominicos y soldados españoles trabajaban en equipo, unos sometiendo el imaginario de los indios a través de la religión y otros a través de las armas. De ese conflicto ideológico y armado quedó una gran cantidad de testimonios escritos, pero también el recuerdo transmitido a través de la tradición oral.

A veces estas dos fuentes están lejos de coincidir.

Según los cronistas de la época, Aj Pop’o Batz era cacique de la región llamada Tuzulutlán, o “tierra de la guerra”, cuya capital era Chamil. Este cacique Batz opuso una fuerte y valerosa resistencia a los soldados españoles, pero se dejó convencer por los monjes dominicos enviados por Bartolomé de las Casas y se cristianizó. Fue bautizado como Juan Matal Batz, llegó a un entendimiento con los invasores que le permitió cierto grado de autonomía y lideró a sus súbditos en su conversión al catolicismo. Gracias a ello fue invitado a la corte de Carlos V de España en 1545, el único cacique indio en haber recibido tal honor.

La tradición oral relata una historia diferente. Según ésta, Aj Pop’o Batz resistió de manera fiera e indomable a la invasión y cristianización españolas. Como último recurso, huyó a la montaña junto con un pequeño grupo de incondicionales. Ante su fuga los monjes dominicos abandonaron el enfoque pacifista y se pusieron en contacto con los lugartenientes del ejército español. Éstos organizaron una patrulla y la mandaron en persecución de Batz y sus seguidores, pero antes de que lograran atraparlos los indios se metieron en una cueva, alumbrados por antorchas y candelas. Iban desarmados o con un mínimo de armamento para no entorpecer la huida.

Los españoles entraron a la cueva detrás de ellos, sólo que armados de pistolas y arcabuces. Al segundo día la patrulla creyó ver sobre las paredes de la cueva los destellos de las luces de los fugitivos, pero cuando llegaron sólo vieron delante de ellos una oscuridad que se multiplicaba como los ecos de sus propias voces y los de los ruidos que hacían sus armas al chocar contra las paredes de la cueva.

A los españoles se les acabó la comida y se tuvieron que regresar. Los indios, en cambio, se fueron alimentando con lo que encontraban en el camino: murciélagos, arañas, escarabajos, taltuzas y uno que otro ratón. En lugar de regresar se metieron más adentro. Los españoles dejaron a dos soldados vigilando la entrada y volvieron a Chamil.

Los vigías se cansaron de esperar. Regresaron al pueblo a reportar que los indios no habían salido. Especularon que quizá se habían muerto o se habían perdido en las profundidades de la cueva, o bien habían encontrado otra salida. Se decía que la cueva era tan grande que iba a salir hasta El Petén o hasta la frontera con México.

Viene ahora la discrepancia entre la historia escrita y la tradición oral. Según la historiografía, Batz salió de la cueva y se entregó, si no es que nunca se fue y la anécdota de su huida es pura leyenda. En la primera oportunidad fue cristianizado por la vanguardia dominica enviada por Bartolomé de las Casas, los monjes Juan de Torres, Luis Cáncer y Pedro de Angulo. Batz también se volvió evangelizador de indios y esto le valió que su efigie fuera colocada en la fachada de la iglesia de San Juan Chamelco, el nombre cristianizado de Chamil. Su cara aparece sobre la puerta derecha de la entrada, compartiendo el honor con un caballo colocado sobre la puerta izquierda, dos símbolos de la conquista española en América, el caballo y el colaborador autóctono. La cabeza de Batz ostenta una tiara parecida a la de un obispo y está custodiada por el león español, mientras que a la efigie del caballo la protege un mico americano, muestras del sincretismo religioso de las poblaciones americanas sometidas al dominio hispano.

Según la tradición oral, Aj Pop’o Batz nunca regresó. En su lugar los españoles pusieron a un impostor, a quien dieron por nombre Juan Matal Batz. Para engañar a los indios haciéndoles creer que su fiero cacique se había convertido, los monjes mandaron a poner su cara en la fachada de la iglesia, esto los convencería de que en verdad estaba allí, del lado de los conquistadores, personificado en su iglesia como un objeto de culto. La imagen de Batz, su representación gráfica esculpida en la fachada de la iglesia, terminó de persuadir a los indios y en poco tiempo Chamil se convirtió en San Juan Chamelco. Tezulutlán, la tierra de la guerra, fue rebautizada como la tierra de la paz, la Verapaz.

El poder de las imágenes entre los indios precolombinos se remite a la vieja historia de los espejitos. En realidad los indios no cayeron por una baratija, por un pedazo de chaye que reflejaba las imágenes que les ponían enfrente. Cayeron porque se vieron ellos mismos en esos espejos; vieron sus propias caras ahora en manos de los españoles y creyeron que los advenedizos ya los poseían, se habían adueñado de ellos gracias al poder de las imágenes.

Una de las grandes diferencias entre las culturas precolombinas y las culturas europeas radicó en su lenguaje escrito. Las culturas europeas utilizaban una escritura simbólica, como la que se utiliza hoy en los idiomas español, inglés, portugués y francés. Las cultura americanas, por el contrario, usaban una escritura pictórica y representativa, basada en imágenes y glifos. Lo que se escribía representaba o se parecía a lo representado, no se trataba de símbolos abstractos.

Según la tradición oral, la cara de Juan Matal Batz en la fachada de la iglesia pudo más que todas las palabras de los monjes y bastó para convencer a los diez mil habitantes de Chamil a que abandonaran sus antiguas creencias en favor del Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, la virgen María y todos los santos.

Quizá la tradición oral esté equivocada. Tal vez Batz, como está documentado en la historiografía, se convirtió tan pronto recibió la visita de los frailes dominicos. Como un reconocimiento a su apoyo en la evangelización de la zona, fue invitado a visitar al rey Carlos V en febrero de 1545, llevando “ciento cincuenta plumas de quetzales y pájaros de muchos colores para regalárselos al rey de los castillas”, según Luis Chub citado por J. Santos Coy. Regresó de España “tres lluvias largas después”, con dos campanas que le regaló el rey “llamado el católico”. El 15 de enero de 1547 la corona castellana decretó el cambio de nombre de la región, de “tierra de guerra” al de Verapaz, y reafirmó el decreto de no permitir la entrada de castellanos en Verapaz por cinco años, una disposición que se renovó cada cinco años hasta la Independencia en 1821.

La historia narrada por la tradición oral subraya un aspecto interesante. Los españoles utilizaron todo tipo de argucias, en miles de pueblos indios de América y a todo lo largo de trescientos años, para someter y esclavizar a los indios. Un ejemplo extremo se dio cuando Pizarro invitó al Inca a negociar y en lugar de eso lo capturó con todo y su séquito. Esta mayor capacidad para el engaño se basa en una mayor capacidad para manipular símbolos mentales y tiene su origen en el lenguaje simbólico de los europeos. Por el contrario, la mayor naturalidad y simplicidad de la mentalidad india está relacionada con su lenguaje pictórico y representativo. En este caso las palabras valieron mucho más que las imágenes, si es que a la mentira se le puede llamar valor.

 La cara de Batz en la fachada de la iglesia de San Juan Chamelco, su cara de indio asustado con tiara de obispo en la cabeza, vigilado por un caballo, representa un horror más grande que todos los vampiros, dráculas, zombis, hombres lobo, cuervos, siguanabas, sombrerones y cadejos del imaginario contemporáneo: representa el horror de siglos de engaño traducidos en represión y violencia. Le pone rostro a un desengaño del cual, como demuestra la tradición oral de Las Verapaces, todavía no hemos logrado salir.

26 de diciembre de 2012
1949, crónica, Guatemala Ciudad, narrativa

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