Te Prometo Anarquía

las calles demandan coraje ante del debut del ser humano y su peregrinar ora solitario ora saboteado por cohabitantes

aleqs garrigóz

 

[ALEQS GARRIGÓZ]

  

EL HUÉRFANO

No importa lo mucho que escriba el novelista
o divague el poeta. Nadie, sólo el huérfano
sabe lo que pesa y dura hasta el último final la orfandad.
El huérfano debe combatir solo y aparte
contra el mundo, el dolor, la vida —esa pesadilla
atestada de gentes y de ruidos,
de befas e ironías de cuchillo—.

 
Allí está, tan cerca del odio, del desprecio, del abuso.
En sus ojos hay no sé cuánta muerte,
cuánta soledad, cuánta pereza andada en desconfianza.
Hay no sé cuánto. No sé cuánto…

 

II

Respiro un solvente impregnado de sueños
en el que se han vertido los juegos de color en movimiento
que el desamparo, con la inocencia, me arrebató:
esclavo de un de trapo roto.
Y ese trapo roto soy yo.

Entre ellos, media naranja es media naranja.
Para mí, media naranja es una máscara,
pues en sus calles no quieren verme.

Este hueco en el concreto es mi trinchera.

Porque no tengo nada,
porque para mí no hay mañana, hoy
bajo el puente donde he vuelto a ser nada, 
el vapor del solvente inhalo
y me esfumo hasta no verme.

 

PERRO DE LA CALLE

Husmeando en un basurero, con el hocico sucio,
hay un perro sin amigo, sin nombre y sin hogar.
Las costillas se pegan a su piel
luciendo igual que un clavicordio primitivo:
¡es casi un esqueleto andante!

Sus ojos enfermos supuran lagañas verdosas;
grandes garrapatas (lapas vampirícas,
botones de sangre henchidos)
le absorben los escasos nutrientes
adheridas al pellejo por la sarna herido.

Sus patas enlodadas por el errar
nos traen ideas de lo que vivir sin tener a donde llegar es.

Su cola, sus orejas mutiladas, nos revelan
que alguien, alguna vez, creyó poseerlo
y dispuso de él como de un juguete vivo.

Sus patas arqueadas tiemblan ahora en el frío
como dos carrizos lo harían en el légamo.

Quisiera recordar su tierna indigencia,
su infancia canina de la calle,
su desasosiego en los dominios del mal,
en este apretado y rojo cinturón de miseria.

Hoy anda por aquí, saluda con una mirada lastimosa,
quitado de toda la pena que es él mismo.
Pero, tal vez, alguien —el exterminador—,
esta misma tarde, venga por él
a aplicar con electrodos en su cabeza
la nueva ley de “cero tolerancia”.

¿A dónde van los perros de la calle cuando mueren?
¿Hay un cielo que los espera, abierto,
por todo el martirio que realizaron en vida?

Incapaz de llevarme su fotografía,
dibujo con letras esta calcomanía
adherida a este panfleto que el viento lleva
de esquina a esquina, de mano en suelo.

Estampa que, para cumplirse a sí misma,
sólo la voluntad de la lectura salvadora espera.

  

EL CONCIERTO UNDERGROUND

En los suburbios tiene lugar un magnifico evento,
fascinante como los motines en los reclusorios
y las malformaciones genéticas: el concierto underground.

Jóvenes con mechones en pico salen de cloacas
vestidos en cuero y rota mezclilla;
adornados con cadenas, tachuelas y estoperoles vistosos.
A cual más radical, la originalidad es su marca en la metrópoli.
Sucios, bebedores empedernidos, rudos, violentos a veces,
reclaman la anarquía como bandera,
vistiendo la cuadrada tela de la escocesa rebeldía
aunada a la tosquedad de antimilitares prendas.
Son punks: creativos, desertores, insumisos ante toda autoridad,
los artistas de la basura.
Las insignias suelen confundirse en ellos, múltiples,
tremendamente visuales.
Aunque sediciosos hasta límites extremos,
la organización vibra en sus planes de tribu urbana.

De otros caminos, delgados cuerpos salen a la luz moribunda
de las sombras de fabricas abandonadas, hermosos,
con ropas que evocan lo antiguo, lo solemne.
Son los portadores del poder del arte,
llevan como antorcha oral la tradición del vampiro,
herederos de la poesía maldita,
conocedores de la arquitectura gótica, silenciosos,
con alta conciencia sobre la muerte y la belleza.
Goths son llamados. Visten aristocráticos holanes,
medievales faldas, terciopelo, gargantillas, argollas.
A cual más excéntrico, se maquillan, perforan sus ostros,
combinan lo sacro de la cruz cristiano
con lo erótico y moderno del látex
o la elegancia de la gabardina romántica.
Para sus glamorosas reuniones
éstos prefieren los cafés, los bares de quinta,
el exterior de las altas catedrales.

Ellos se mezclarán. Y abrazarán nuevos intereses,
dando origen a nuevos grupos que proclamarán su autonomía
ante estas quiméricas sociedades nuevas.
 

Vienen de todas direcciones a la redonda,
solitarios, motorizados, en grupo,
directo de sus casas okupadas, de sus centros sociales,
prestos a volar con el humo del hachís, con el vapor del solvente,
a bailar frenéticamente en borracheras que terminan en vómito.
 

Es el festival subterráneo de la insurrección civil,
el encuentro del pensamiento radical y la moral alterna,
del “hoy por hoy”, del “aquí y ahora” y “el futuro está en nuestras manos”.
En él se intercambian grabaciones, prensa,
fluidos en encuentros sexuales fortuitos.

 
Es el espectáculo de la extravagancia capitalina,
de la muy normal juventud
a mitad de los años ochenta.

 

***Tomados de Muestras de urbanidad

(2006)

 

  

ALEQS GARRIGÓZ. (Puerto Vallarta, México, 1986). Autor de una decena de títulos de poesía. Premio de Literatura Adalberto Navarro Sánchez 2005, otorgado por la Secretaria de Cultura de Jalisco. En 2006 aparece incluido en la antología Nueva poesía hispanoamericana, a cargo del escritor peruano Leo Zelada. Premio de Literatura 2008 de la Municipalidad de Guanajuato. Periodista cultural. Ha publicado poemas en diversos medios impresos y electrónicos de México e Hispanoamérica.

09 de diciembre de 2012
1986, autor invitado, México, poesía, Puerto Vallarta

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