la soledad y la espera son como una constelación que se derrite en las inmediaciones de los hornos consuetudinarios de los 'sigo aquí' y los 'nunca todavía'
PARECEN 107
Me quedaba despierta en medio de mi cama, grande.
Sola, con un cielo aún oscuro donde no estaba la luna y el sol aún no llegaba.
Dejé de necesitar un par de brazos extras.
Me volví fan de las mañanas frías.
DÍA 1:
La cocina está vacía, pisos limpios y agua pura.
No hay comida, hay café.
DÍA 2:
La regadera se arruinó. Aprovecho los días calurosos para desperdiciar agua en un burdo intento de ducharme en el patio.
Me gusta quedarme ahí, refugiada por un par de árboles, dejando que el sol
adore mi piel desnuda, y que ésta se tueste un poco y huela a verano.
DÍA 3:
Las paredes de la casa dejan de colgar cuadros, las vuelvo blancas.
Esperan ansiosas un nuevo color, como mi sombra que espera una llegada.
No hay espejos, reflejos si. El teléfono esta tarde sonó dos veces,
no respondí.
DÍA 4:
Desde hace dos noches que ya no duermo en la cama,
no comparto almohadas con espantos. ¿Tú sabes cómo es eso?
Aprendí a contar el tiempo por canciones, aunque no las escuché.
Es mejor que tu silencio. El mío habla con la música,
no entiendo lo que dicen.
DÍA 5:
Abrí la ventana, alguien llamó a la puerta.
“Son mis cuentas por pagar”, supuse.
Pedí a la vecina que informara que no estaba, que había salido,
que dijera no sabía cuándo iba a regresar. Estaba contigo, pero el de la puerta eras tú.
DÍA 6:
La vecina abrió la puerta y entró. Traía con ella una carta, sin firma ni adiós.
“Esta vez no sé irá”, me dijo que le dijo el muchacho.
“Niña, sus ojos están tristes”. No supe si los de él o los míos.
No sé como luzco.
DÍA 7:
Sólo han sido siete, parecen 107. Hoy salí al balcón,
llamé la atención de un chico alto en patineta.
Saqué de una bolsita un cristal, pude verme. No soy yo.
Me vi otra vez, seguía siendo otra.
La tercera funcionó, era yo y tú aparecías buscando a la que se miraba en el primero.
CÓMO VER POR LA VENTANA
Aprendí a mirar la ventana con las ganas disimuladas de verte llegar.
También supe que si venías no eras mío,
al menos no en besos, no en caricias.
Vi todos esos carros pasar,
imaginé cada rostro de quien los manejaba,
inventé sus historias y dolores acarreados;
siempre pensando en los tuyos y en cómo los disfruto.
Estuve sola y de espaldas al cristal,
reflejándome y parpadeando con cada luz de la ciudad
que se encendía y se apagaba
y no eras tú.
Me descubrí sonriendo en un vano intento
de ahogarte a gritos mientras cantaba la misma canción
que no me regalaste.
Que tenías, que era tiempo y verdad
pero no mía.
La calle seguía moviéndose…
corría, daba vueltas, se mareaba.
El vómito era el montón de gente que, otra vez,
no eran tú.
Más de dos veces me encontré con la mirada perdida
y la respiración pausada.
Allí recordé que no te quería,
que no te sé,
entendí que no vendrías.
Esa misma tarde los ojos ajenos me enseñaron que,
ser mujer a mis años, y presumir la soledad en público
levanta las peores pasiones.
FUTUROS TILDADOS
Me dedicaré a contar historias de amor que no serán mías.
Llevaré a todos lados un arrugado trozo de papel y una pluma mordisqueada. Me sentaré a observar parejas en los cafés, bares y moteles. Seré la vouyerista con maestría, aprenderé a imitar gestos, entrenaré mi voz para reproducir los gemidos que expulsan los amantes al final del orgasmo. Los grabaré, seré una espía.
Incluso iré a esperarte a algún andén bajo la lluvia. Te veré llegar pero abrazarás a otra y lo sabré, te tomaré una foto y la dejaré colgada en un marco de madera quemada.
Llegaré a casa todas las noches a hablar de mis experiencias, tendré la sabiduría suficiente para escribir libros y que todos me crean.
Habré sido todos los amantes, el niño que sopla el diente de león, el anciano que llora con una canción de jazz y la chica del vestido rojo. Seré la puta del cabaret y el empresario incomprendido. Usaré todos los nombres, me cambiaré de rostro cada noche. La muchacha llorona, el joven borracho. El cantautor desahuciado, el poeta olvidado. El ama de casa con el esposo ejemplar, el méndigo con cáncer, hasta seré yo, con mis montones de escritos, canciones y olor a cigarrillo.
Cuando tenga 50 años veré atrás y estaré consciente que nunca tuve un beso bajo la lluvia. Fracasé como estrella pop.
SOBRIO, HAMBRIENTO Y TE EXTRAÑO
Llevaba ya algunos días sin salir del cuarto.
Una luz blanca, brillante, que nunca cambié cuando alquilé el apartamento.
Siempre me pareció molesta.
Llegar a casa a deshoras, borracho y perdedor. Y encender las luces, ahí todo era tan claro que insultaba.
Todas las veces, entre mi ebriedad, gritaba: “¡Mañana acabo con esta claridad de mierda!”
Pero esa mañana no ha llegado. Y cinco años después, me acostumbré a ella.
Normalmente la veo gris. Pero hoy no, justo hoy que decidí desempolvar mi vieja máquina de escribir y desgastarme los dedos.
Acosado por un montón de cuentas por pagar, no tengo comida, el agua está por acabarse y hace días que no hablo con nadie porque me cortaron el teléfono.
Todo lo cortan aquí. Todo, menos la maldita luz.
No pude más con ella, dejé la máquina sobre el escritorio, aún tenía una capa de polvo encima. Me fui a dormir.
Desperté en la mitad de la noche, una tos maldita que no me deja desde hace ya unos días, interrumpió mi sueño, entre meláncolico y erótico. Salí a la cocina por un poco de agua, tomé con cuidado, era mi último garrafón y debía conservarlo. Me quedé un rato parado entre una pila de platos sucios. Me había ido a la cama sin cenar esa noche, pensé en cocinarme algo pero no quería encender la luz.
No tuve más remedio que hacerlo.
Prendí la luz, el cuarto se iluminó dejando ver toda la suciedad y decadencia que adornaba mi vida. Pero bajo un foco tan brillante, ser miserable parece hermoso.
No me detendré a observar detalles, saciaré mi hambre y regresaré a la cama. Si tengo un poco de suerte, y me doy prisa, tal vez te encuentré con el brassiere desabrochado cómo te dejé la última vez.
¡Por el amor de Dios! Estoy sobrio, hambriento y extrañándote. Ni siquiera me molestaré en maldecir.
Llevo mi comida junto a la máquina de escribir, la miro mientras me trago con esfuerzo esta receta que sabe a mierda. La luz vibra, parece hablar en un molesto zumbido que me sacará sangre de una oreja.
Tanta calma y soledad y suenan los golpes. Algo o alguien golpeteaba fuerte las paredes de la casa. ¡Pum, pum, pum! Una y otra vez, creí escucharte gritar. Eras tú, tus gemidos son inconfundibles. Dejé la comida y corrí al cuarto, sólo un revoltijo de sábanas viejas y sucias colgando a los pies; aún olia a tu sexo y se veían rastros de tu sangre. Silencio mortal y otra vez tus chillidos.
Regresé por la máquina y escribi, escribí con todas mis fuerzas para hacer callar tu voz con mis teclas. Y la luz cada vez más fuerte, más fuerte, fuerte, fuerte… Salté y golpeé la bombilla, sus cristales se incrustaron mi mano. Y aún todo estaba claro.
Me vi de repente, con mis pies descalzos y otra vez fallé.
“No saldrás de este tu infierno. Aquí, en medio del frío, el silencio, la soledad y la claridad. Donde escucharás el golpeteo en la pared y los gritos que te obligarán a recordar que la muerte a manos limpias es una vida que se lleva por siempre”.
Eso decía una notita en el baño del espejo, la vi cuando fui a lavar mis manos chorreando sangre. Mañana será el mismo día, pero ahora buscaré la menera de irme con la luz.
12 de julio de 20121990, Guatemala Ciudad, narrativa, poesía, prosa