tras la sequía, palabras de lluvia como una táctica para abordar segmentos de un tarde voraz e inocente
LA PARTIDA
De pie, frente a estos árboles, me aferré a las raíces de algo inexistente. Fuerte, respiraba lento para no caer. Aprisioné mi alma contra el pecho, evitaba su partida. Éste era el mundo. Ésta era la crueldad. ¿Se olvidará alguna vez el viento de las voces que torturaron los cuerpos? ¿Qué tan ciegos somos para percibir la luz, el aire, la luna? Todo esto lo pensé, mientras los demás cuerpos caían. Uno tras otro. Seguidos del disparo al aire. Observé la vida unida a la rama de estos árboles. Me convencí de escuchar el latir de mi corazón al mismo tiempo que danzaban las hojas de ese árbol.
En este cementerio clandestino, las cruces estaban de sobra. Las hojas, testigos mudos, se mecían, hamaqueando nuestras almas hacia el cielo. Arrullaban el soplo del dolor. Ésta era mi partida forzada hacia un nuevo mundo. Un calor inundó mi cuerpo al mismo tiempo que volé hacia el fondo de la fosa. No supe distinguir bien, una rara combinación de sonidos acompañaron los últimos instantes de mi línea en este planeta. Tal vez fue el duro sonido del choque de huesos con carne, el susurro de los vientos, o los grillos y los sapos que arrullaron esa noche, o todos juntos. De lo que sí estoy segura, es que al caer en mi último lecho, sentí que el universo entero abrazó mi alma y me brindó un abrazo de consuelo.
RETRATO DE UN ANTIHÉROE MODERNO
Sencillamente es indescriptible cómo la parsimonia de lo imperfecto crea una perfecta influencia en la sociedad. Entre más disfuncional es un ser humano, más es aclamado por el público. Amo ser un anómalo entre lo funcional. Deseo ser siempre el cable suelto, el hilo del suéter tejido que cae listo para tomarse. Mi obsesión por lograr llegar al último escalón del estrato social es un incentivo para mejorar mi participación como arpía de esta sociedad. La educación es una fantasía, sólo para los imaginativos. Yo crezco como lo hacen los parásitos. A costa de otros. Mi espiritualidad es un fiasco. Lo material es mi religión. Dicen algunos que esto es pasajero, pero soy feliz así. Viviendo el instante, la dosis de adrenalina diaria. No sé si existiré mañana, y no sé si haré el bien por alguien. Velo por mi interés. La vida es una jungla, una selva y yo sobrevivo.
Así va el antihéroe, inspirando aire y lanzando bocanadas de fuego. Se oculta en lo obscuro y sale en las noches. A veces se le ve en el día, lacerando almas, recolectando muertes. Ha acabado con los héroes, los cuales se esconden por temor a represalias. Con los años ha crecido, como un tumor inextirpable. Ahogante, asfixiante, succiona sangre de su propia ciudad.
LA PRINCESA
Con amores y odios, frutos y pérdidas, nimiedades y grandezas, su vida transcurre. Se sienta frente al espejo en su habitación, cuarto de cuatro paredes ennegrecidas por el humo que entra por las ventanas. Solamente ella y su reflejo saben la verdad. Conocen qué se oculta bajo del maquillaje y las ropas. Con sus retoques diarios, ella transforma cicatrices, verdades, es una corruptora de realidades. Utiliza cenizas de pasiones muertas en los párpados, mezcla de moscas y hormigas machacadas en las pestañas. La base de yeso, harina de habas y tiza la reparte de manera equitativa en su rostro y para terminar, los labios con óxido de hierro y polvo de rosas rojas. Queda hecha una Diosa.
A veces se ve más alta, otras veces se ve más robusta. Posee piernas largas, un poco musculosas. Sus brazos fuertes contrastan con las manos delicadas y el escenario de vida que le toca vivir. Se viste con ropas vistosas y provocativas. Utiliza tacones demasiado altos, no aptos para personas con vértigo. Al verla de lejos, es muy deseable. Amiga de la noche, se oculta de día, vuela y vive como vampiro. Es más fácil criticar y juzgar a la luz del sol. No se qué ocurre en la noche, pero lo prohibido es permitido. ¿Será acaso el alcohol, las drogas, las luces de los bares, el cigarro, los autos, el efecto de luna? No lo sé. Su vida nocturna es un nuevo amanecer. Ave de paso, alza sus alas buscando volar, alzarse hacia un nuevo universo sin tabúes, marcas ni estigmas. Sueña caminar de día sin ser juzgada, señalada. Todas las noches busca su nueva esperanza de amor, o al menos, la añoranza de vivir una noche más, de restarle luciérnagas al calendario. Sobreviviente nocturna, descansa los pétalos y sus alas en el día y salía a planear en la noche por las calles del gris asfalto iluminadas por los faroles de pocos automóviles que deambulan por esos sitios. La confunden con un ángel, y los que la ven pasar se quitan de su paso para observarla. Deslumbra belleza espectral. Es la reina de la noche. Es la cenicienta de los bajos mundos, que va en busca de su príncipe azul.
TOQUE DE REALIDAD EN UNA NOCHE DE INSOMNIO
El vivía las lágrimas del insomnio. Vigilia de días. Con ojos resecos. El sueño que tenía no sufría remordimiento alguno por haber desaparecido. A lo lejos escuchaba su risa, cada vez que suspiraba, esperando tener algún descanso en su cuerpo. Aburrido de verlo despierto, Morfeo retiró la espiga del enchufe de su desvelo. En un instante se sentó en la cama. Realizó una profunda inhalación. Atrajo para sí, el humo del primer cigarro en la noche. Noche larga. Negra con puntos blancos. Cerró los ojos para aceptar que conforme inhaló el humo de varios cigarros, su ropa se impregnaba de un presente de nicotina que le recordaba su adicción.
Experimentó la desconexión de sus pensamientos. Se refugiaba del mundo. Escapaba de la crueldad, de las negociaciones diplomáticas en medio de guerras de países y masacres en el suyo. Se hospedaba lejos de las muertes injustas y del borrador constante que trabajaba a diario por eliminar cualquier trazo de vida en el planeta. Le daba asco ver cómo estrechaban la mano los políticos, midiendo poderes, como quien mide quién la tiene de mayor tamaño.
Ese humo de cigarro le recordaba el inventario de su día. Los disparos. La transformación diaria de su mente como un ordenador. Manipulada por los medios. Se dio cuenta que su cotidianidad era aburrida, en medio de tanta violencia. Que era un suplente de un antiguo trabajador en la empresa. Un substituto en ese hotel que habitaba. Un evasor en la vida de su esposa. Un accidente en la vida de sus padres. Era un apéndice, un añadido. La sobrecarga de esos pensamientos en medio del sueño le llevó a doblar la espalda. Le dolían los hombros. Su respiración se agitó, observó el surgir de sus miedos y pesadillas del fondo de la cama para conquistar su alma. Quiso gritar, pero no pudo. Una pesadilla le mostró su realidad. La de su muerte en ese cuarto. Solo. Con varias colillas de cigarro en las sábanas.
Se levantó de golpe. Abrió los ojos. Estaba solo. Con varias colillas de cigarro en las sábanas. En ese hotel de paso. Al sonar el reloj de la alarma, se levantó y se bañó. Empacó sus cosas, decidió volver a casa.
TUS PÍCAROS OJOS
Frente al hotel cariñito, con la pensión occidente al lado derecho y al izquierdo el comedor la chinita, lo conocí. Vestía una playera blanca, gorra azul y sonrisa amplia. El lunar de su nariz resaltaba el color de sus ojos. Cada vez que salía a comprar el quetzal de tortillas a la panadería y tortillería la bendición, siempre lo veía, parado, en la esquina, con un cigarro en la mano. Si cruzábamos miradas, él sonreía y me decía piropos, dejando por último un silbido. Lograba ruborizarme y yo corría con las tortillas en la mano y los calzones mojados a mi casa. Lo espiaba a través de la cortina. Parecía una estatua, frente aquel bar, tus picaros ojos. Era muy sociable.
La amistad que tenía con las chicas del bar nunca me gustaba. No parecían mujeres decentes. Yo, en cambio, era una niña de bien. Mis papás siempre cuidaron de mí. Imaginé ser una mujer hermosa para él. En las mañanas, cuando me arreglaba, peinaba mi cola y subía las calcetas del uniforme, fantaseaba con sus manos rozando mi cintura como él lo hacía con las chicas del bar. Deseaba tanto ser el cigarro que besaba su boca.
Nuestra primera plática fue corta. Fue frente a la venta de lotería que estaba al lado de la estación de policía, la que queda bajo las escaleras de la pasarela. Tímida, le dije mi nombre mientras él tomaba mi mano. Sentí mariposas en el estómago. Me sorprendió que un hombre como él quisiera conocer a una niña como yo. Preguntó por mis papás, mi familia, me decía lo bonita que era. Al llegar a mi casa, con las tortillas casi frías, me enfrentaron mis papás. Querían saber qué había pasado. Inventé la excusa de que no tenían hechas las masas y por eso la tardanza.
Por varios días desapareció. Yo mantenía la esperanza de volver a verlo. El día que tanto soñé, se cumplió. Se acercó por detrás mientras esperaba que salieran las tortillas y me abrazó. Mi cuerpo vibró y un calor me inundó. Me dijo al oído si lo dejaba darme un beso. Me quedé muda. Pude percatarme de que la señora de la tortillería lo veía con cara de enojo. “Es una niña”, le dijo. Me molesté. Seguro que estaba celosa. Me acompañó a mi casa y en el camino me dijo que estaba enamorado de mí, que era la niña mas linda de la cuadra, y quería vivir conmigo siempre. Yo escuchaba sus palabras en las nubes, no podía creerlo. Me dijo que huyéramos a vivir juntos el resto de nuestras vidas. Después de depositar un suave beso en mis labios, fijó una fecha para la huida.
Durante los días previos a la partida, me di cuenta que iba a abandonar todo, mis amigos, mi familia. Pero valía la pena. En ese momento, mi amor por el trascendía edad, tiempo, espacio. Empaqué mis ropas. Estuve cerca de mis padres el día previo a mi partida, era mi despedida para ellos. Al día siguiente, mientras esperaba que saliera mi mamá a su reunión habitual con sus amigas, escuchamos unos disparos. Llegó la policía, los bomberos, y salimos a la calle. Vimos en dirección al bar y de allí salía él, con esposas, lo subían a la patrulla. Mi mundo se desplomó. A los días me enteré que a otras niñas les había dicho lo mismo y que planeaba llevarnos a otro país a trabajar. Ahora lo odio, jugó con mis sentimientos, creí que me amaba. Rompió mi corazón.
28 de septiembre de 20111980, Guatemala Ciudad, narrativa, prosa