es casi un dictamen: el calor aniquila estas palabras. el frío las revive. son… palabras, lamentos, no sé
LLUVIA
Acabo de sentarme y ahora suelto la lluvia. Las palabras caen como gotas y no sé dónde terminarán. Tampoco sé si inundarán los ojos y la mente de quien tenga la mala fortuna de leer mis incoherencias húmedas, más resbaladizas si no tengo nada para contar a quien se moje.
¿Qué deseará saber? Mi vida no interesa a nadie. Es aburrida. ¿Para qué contar detalles de mi propia carrera en el continuo espacio-tiempo si otros corren una propia? ¿Y si quien se sienta sorprendido por el chubasco descubre que mi vida y la suya se parecen? Seguramente despreciará haberse mojado y dirá, más o menos: “Si para esto salí y leí, maldito sea. Este bandido me arroja agua que ya he bebido y con la cual me he empapado…”
No. Yo no deseo tal tormenta; pero, ¿qué he de contar? El tiempo siempre apremia y ya solté palabras de más. ¿Podría? Sí, podría apelar a mi imaginación, ver una rosa e inventar una historia en torno a esa flor manoseada por el amor y la palabra, aunque existan cuentos de rosas hasta en el papel higiénico. Mas me quedaría corto siempre, porque al igual que rosas, ha llovido de todo en todos los tiempos. Se ha agotado el amor, el odio y las otras curiosidades humanas; se erosionaron las escenas cotidianas, los misterios y los descubrimientos; la poesía repite con otros giros lo que se ha dicho de la vida; la magia y la fantasía están inundadas. Total, en estas líneas donde más valdría la sequía, de nada puedo hablar, nada es interesante. Aunque…
El sol ha vuelto a salir. Estrella molesta durante el día, ahora metáfora conveniente que libera al lector y le seca estas palabras sin sentido y para nada… La historia será para otra ocasión, si mi cerebro está fresco, tal vez con algunos relámpagos y mucha ventisca… No lo sé.
MUERTE
Mi muerte fue revelada cuando mi tubo neuronal comenzó a desarrollarse en lo que entonces constituía mi cuerpecillo. Eran imágenes claras, no comprensibles para un no nacido, que mostraban el momento exacto del final de mi vida, el anterior, el posterior y cualquier otro.
¡Vaya ironía! Mi nacimiento aún era un suceso lejano y ya se vislumbraba mi culminación mortal. Fue la gran revelación acompañada por el hecho de saber que podía hablar, resoplando las palabras dentro del líquido amniótico, sabedor de que mi madre no escucharía. Preguntaba sobre las visiones y su significado a la placenta, lo que tenía más cerca, pero no obtenía respuesta. Yo veía el punto y final, mas ignoraba las implicaciones.
Así continuó el resto de mi desarrollo hasta el día de mi salida al mundo de aire, tierra, agua y fuego. Mi cerebro ya tenía el tamaño adecuado para acomodar los sueltos que revoloteaban alrededor de mi cordón umbilical. Mis sinapsis pequeñas y mi capacidad para hablar lograron, justo cuando el doctor extraía mi cabeza fuera del cuerpo de mi madre, establecer el significado fatal… y me asusté. Conocí el terror por primera vez en mi vida, en la etapa más inverosímil, y vi la luz. Era un destello que me pareció calmante, la seguridad de que mi cerebro se relajaría para trazar, a partir de ahí, un plan para evitar aquella muerte espantosa o, si tal objetivo resultase inalcanzable, al menos una manera de afrontarla con dignidad a su llegada…
En mala hora comprendí el sentido de “dar a luz”, porque en realidad significó el olvido, un susto desgarrador acompañado de mi primer llanto, ese que todos dicen se debe a la nalgada del doctor, pero que en realidad es debido a la comprensión y la subsiguiente pérdida de memoria.
El llanto también me despojó de mi superioridad utópica. Me arrancó la capacidad para hablar; por ello tuve que volver a aprenderla en mi niñez, lamentablemente con un maldito nivel inferior al de mi estado fetal.
Ahora la certeza de mi final inminente ya no me atormentaría, aunque el tema reluciera casi todos los días conforme crecía y mi cerebro maduraba con un maldito nivel inferior al de mi estado fetal. Nada era tan impactante, pues no tenía idea de cómo sería mi último suspiro. Jugaba con mis hermanos, me educaba con mis padres y el resto de la sociedad; asimilaba las opiniones de las personas y las cambiaba; percibía mi entorno y lo aceptaba o lo rechazaba; en fin. Vivía.
Entonces, recordé los sueños, las imágenes que siempre asocié con significados místicos, premoniciones disparatadas y mensajes surrealistas. Los sueños, que olvidé y rememoré a un tiempo de pesadilla. Los sueños, que hace poco relacioné y conecté para recuperar las visiones olvidadas en el momento de nacer y ver la luz.
Gracias a mis vagabundeos del subconsciente, recobré las experiencias de mis estados embrionario y fetal. Mi lenguaje. Y mi revelación. Las luces, las sombras, los actores y los contextos me comunicaron claramente que moriré mañana.
ORACIÓN
Padre nuestro que no estás en los cielos sino aquí,
en cada bocanada de aire que ingresa a mi ser.
No santifico ahora tu nombre
porque sé que sos único,
sin nada de nuestra naturaleza,
y que por ello te da igual escuchar santo o miserable.
Que no venga tu reino,
pues sos tan perfecto como para querer uno,
nos diste la veta intelectual suficiente
para vivir mejor hasta en la anarquía celestial y terrenal.
Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo,
mas no conmigo, por favor;
yo te pido que no me hagás un títere,
que me dejés solo para hacer lo conveniente con mi vida.
Danos nuestro pan de cada día,
y también nuestro frijol y arroz,
carne, agua y otros alimentos si se puede;
que no nos cuesten tanto,
ya tenemos suficiente con los precios
y con las personas de más en este mundo.
No te molestes en perdonar nuestras ofensas,
porque nosotros no perdonamos a quienes nos ofenden.
Déjanos solos en la tentación,
para que seamos nosotros quienes elijamos caer o no.
Pedirte que nos liberes del mal es pedirte un imposible;
sería como pedir que me liberes de mí mismo
o de quienes me rodean.
Y amén no digo,
porque no atendés nada, ni a esta oración.
Sos demasiado perfecto
como para que te preocupe cualquiera de nosotros…
TACHONES
Hablaré con palabras de más, ya sabrán por qué. Por favor, sigan conmigo y entérense de lo que deseo expresar: los autores deberían esforzarse para tachar menos sus escritos…
ay si vos ya creerás que eso es posible no no es posible tachar menos al menos no como vos querés mirá este pedazo adiviná qué no hay
Quienes escriben no tienen concepto del mal que provocan al rayar las palabras que ya han fijado con tinta…
no hacen mal hacen bien mirá si dejaran su creación tal y como la tienen en su primera concepción habrá errores ilusiones palabras inconexas frases ilógicas pesadez todavía no adivinás en este pedazo adiviná qué no hay
Millones de páginas creadas ya constituyen una fuerza en sí. Desde Homero hasta ayer por la mañana, los tachones reúnen energía para emerger…
de qué hablás no te entiendo es imposible que los rayones cobren vida aquí sólo los bios son vida
A nadie se le ocurre. Tachan porque deben hacerlo. Los autores se concentran mucho en su trabajo, y este ambiente es el camuflaje perfecto para que los tachones actúen en silencio. Si supieran lo que pretenden obrar…
necio necio necio quienes te lean te creerán estúpido te echarán pestes por obligar a sus ojos a leerte no hay nada más ridículo que lo tuyo en materia y forma no es literario es desesperado todo lo inventaste porque querías hablar de algo no es original muchos
No son los tachones, sino las palabras bajo los rayones…
en este pedazo adiviná qué no hay
Por el mismo motivo este aviso está libre de tachones; como lo pensaron, lo escribieron. Se sabe que el exceso de palabras aburre la mente y provoca críticas negativas; mas prefiero las pestes, porque esta advertencia no quiere contribuir con el mal de los tachones y, más que ellos, las palabras bajo los rayones…
no me asustás a nadie asustás y ya que tanto hablás decí de una vez cuál es el mal el gran mal el mal nunca sospechado oculto bajo la concentración de miles de autores en este pedazo adiviná
No hay puntuación, está bien; ya adiviné. Seguramente así te presentaste para provocarme, haciéndome creer que tachaste todos los signos. No te resultó, ¿sabés?, porque adiviné de inmediato que no te hacía falta tachar; sólo omitiste los signos, eso es diferente.
Ya. Bien. Ganaste. Decí qué te preocupa, pues, ¡oh gran profeta, charlatán, bullanguero, malnacido y…!
Los tachones y las palabras bajo los rayones ocuparán el lugar de las letras consagradas; cobrarán su venganza. Suplantarán a los textos definitivos de todas las obras maestras y de las obras no tan maestras. Aquello que no quería decirse dará a conocerse. Toda la belleza poética desaparecerá bajo la tosquedad defecada de los manuscritos, ya no…
¡Oh! Eso es bastante malo. Bastante malo como para creerlo. Ya te dije que los tachones no cobran vida. Lo que contás es estúpido; ya me cansé de oírte.
Todo es cierto. La literatura desaparecerá bajo los ácidos vengativos de las palabras desechadas. Más simple no pude anunciarlo, merced a la palabrería anterior de parte mía y de parte tuya. La consigna de los tachones y de las palabras bajo los rayones es simple: si nadie los lee, entonces nadie leerá nada. La literatura desaparecerá, y no quiero imaginar lo que ello implicaría…
Alarmista charlatán. Está bien: suponiendo que te creemos, ¿qué demonios sugerís?
Ya lo expuse al inicio: los autores deberían esforzarse para tachar menos sus escritos…
Lo mismo dará que tachen a que dejen correr la tinta, publicando después su primer manuscrito. Total, leeremos la bazofia que tanto querés evitar.
Por lo menos, esta bazofia irá junto con las verdaderas expresiones…
Igual de preocupante y terrorífico. Mejor ya me voy; ya me cansaste. Todo esto no es cierto, y si lo es
a todos que se preparen ya no habrá nada que decir no habrá nada sobre lo cual escribir todo será espuria tortura la literatura desaparecerá está condenada en este pedazo adivinen qué no hay
01 de febrero de 20101990, Guatemala Ciudad, poesía, prosa